lunes, agosto 23, 2010

Do Nothing [ 3/3]

Como todo adolescente, pasé por esa época en la cual sientes el deber de luchar contra todo y contra todos. Es una edad que uno debiera recordar con un poco de vergüenza pero también con orgullo y nostalgia. Es cuando uno se da cuenta de que el mundo no está bien, y siente que debe cambiarlo.

Ahora que soy más viejo creo que el mundo sigue sin estar bien pero también pienso que no es algo que deba de ser cambiado. No en el sentido revolucionario inmediato y violento que uno cree que es correcto, al menos.

Pero es difícil deshacerse de la sensación de estar traicionando todo en lo que alguna vez uno creyó, y aún peor, traicionarse a sí mismo.

Uno se dice "pero es que uno con el tiempo cambia" pero una parte de ti no puede dejar de pensar que eso suena como una excusa. Y se pregunta si acaso el mundo lo cambió a uno cuando se dio cuenta de que no tenía el valor ni la fuerza para cambiarlo. O quizás la mentira, la conspiración sin líderes sea hacer que uno se sienta lo suficientemente arrogante como para pensar que una persona tiene, alguna vez en su vida, ese valor o fuerza. Sí, claro que la historia te nombra un montón de personas que fueron capaces. Pero el tiempo te da herramientas que te permiten cuestionar la misma validez de esas biografías tan cinematográficas y ves las fallas y las monstruosidades de esas personas que "cambiaron el mundo".

Las cosas siempre se hacen complicadas cuando uno se hace viejo, y la simplicidad que tenía cuando se era joven desaparece y se confunde con la inocencia ignorante.

En algún punto de mi vida se produjo una inflexión, en la que encontré más valor no en cambiar al mundo sino en cambiarme a mí mismo. Me di cuenta de que en realidad no era un joven lleno de fuerza, auténtico y libre de influencias, ya desde mi auto concepción tenía dogmas y reglas que atentaban contra mí mismo y que estaban tan erradas como la viga en el ojo ajeno, simplemente por ser distintas parecían no estar ahí.

Fue entonces cuando decidí que si no era capaz de cambiar el mundo, al menos podría tener el valor de cambiarme a mí mismo. De que las revoluciones violentas son igual de malignas y dañinas que el régimen que intentaban abolir, y que la única esperanza de cambio real es la que ejerces tu mismo en tu vida, y por esa acción vas propagando una nueva forma de entender las cosas en las personas a tu alrededor. Y esas personas hacia otras, y que el cambio es lento y progresivo, no sucede durante una vida y que resignarse a que un cambio tarde generaciones no es aceptar una derrota, sino entender más ampliamente el valor y el funcionamiento de la historia.

El rebelde que nunca termina de callarse dentro de mí opina que esa es una bonita forma de esquivar el bulto, de aceptar la derrota sin decirlo en voz alta, y escudarse en un resultado que jamás podrás ver ni vivir porque si llega a funcionar o no, será mucho tiempo después de que mueras.

A veces me gustaría tener unos cuantos rounds a puño limpio con ese rebelde, en un sótano oscuro de un bar donde un fragmento de tu imaginación dicta cuáles son las reglas.

Pero nada de eso cambia cómo han resultado las cosas. Hace muchos años que dejé de ser ese rebelde; aún conservo pelo en mi cabeza aunque cada vez tiene más canas. Veo cómo elementos que pensé piedras fundamentales de mi ser han ido cambiando y en lugar de percibir el proceso como una traición a mi esencia, empiezo a pensar que la traición sería intentar ser alguien que no soy.

Solía decir que dormir era una pérdida de tiempo, era conocido por ser capaz de soportar maratónicas sesiones de gula y en un tiempo aún anterior, era un fundamentalista friki/metalero.

Ahora dormir me parece algo cada vez más atractivo, comer me sigue resultando uno de mis pecados más apetecibles pero he reducido en al menos la mitad la cantidad de lo que puedo comer. Y el fundamentalismo en la música, los libros o las películas me parece algo ridículamente limitante y aburrido.

La rebelión, la lucha, me sigue pareciendo algo noble a lo que dedicar la vida, pero es una batalla completamente interna. Tal como empecé hace tantas semanas hablando en esta entrada, la pelea es contra la parte de mi que no quiere hacer nada, que no quiere esforzarse en producir resultados, que se siente demasiado cansado como para hacer las cosas bien y siente que es una pérdida de tiempo pulir la piedra bruta que veo en mi interior.

Es una lucha en las cuales los bandos se confunden fácilmente. La curiosidad y la pasión obsesiva de cada cosa nueva que encuentro parece ser del bando que quiere hacer cosas nuevas, experimentar el inefable sentimiento de la creación y ese espacio infinito que se siente en la cabeza cuando se enciende la chispa. Pero al poco tiempo de caminar se encuentra con cuentos incompletos, ideas esbozadas a lo largo de más de quinientas páginas de párrafos escritos en apretada letra esperando ser desarrollados y completados en un futuro sin determinar. Libros apilados esperando ser leídos, proyectos en espera antes de ser definidos. Quizás algún día descubriré si esa impaciencia por empezar forma parte del bando de los buenos, o es una oscura estratagema del bando de los malos para dejarme una vez más inmóvil e infértil.

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