martes, enero 13, 2009

Vuelvo a tener cosas que decir

Y casi, casi caigo en la vieja trampa que atrapa todo escritor; el ponerse a darle vueltas a lo que quiere escribir, delante de la pantalla en blanco, en lugar de escribir directamente.

Tengo una teoría en relación a eso. Los que me conocen saben que tengo un montón de teorías, irresponsables, poco científicas y sumamente especulativas. Pero las digo con tanta convicción que mucha gente piensa que son ciertas. Eso es divertidísimo. Eso si no vayan a creer que prentendo engañarlos con ellas... yo soy el primero que se las cree.

La teoría dice así: lo mejor que ha pasado el último tiempo, ha sido el decaimiento de lo sagrado. No estoy hablando de valores espirituales, o morales. O del honor. En esos ámbitos, el que se haya perdido el respeto a lo sagrado ha sido terrible.

Me refiero a las cosas que el hombre hizo sagradas para sí mismo, por sí mismo. Con la revolución industrial y los avances tecnológicos, todo se hizo muy sagrado, en un ámbito científico. Las computadoras eran salones gigantes, y pocos tenían acceso a ellas. Eran frágiles. Caras. Difíciles de manejar. Sagradas. Lo mismo pasaba con las fotos; la gente solía posar para ellas, vestirse elegantemente, era una ocasión especial, porque para hacerse una fotografía había que ir a un estudio fotográfico. Probablemente era caro también. Y escribir, bueno, escribir era sagrado de antes de la revolución industrial; de cuando era sagrado porque poca gente era capaz de hacerlo. Lo mismo que los libros; eran escasos y por lo tanto preciados. El papel no era común y era caro, incluso con la imprenta, las cosas no se abarataron lo suficiente.

Todos nosotros heredamos esos halos de sacridad. Tenías que tener mucho cuidado con los artefactos electrónicos, tenías que vestirte bien y sonrerir para las fotos, cuidar mucho los libros, y escribir era algo solemne.

Ahora la tecnología es a prueba de golpes, de agua, y de idiotas. Y es desechable, no hace falta cuidar demasiado nada. Las cámaras digitales nos permiten hacer cientos, miles de fotos, sin gastar un peso en revelarlas. Uno puede escribir en blogs, mandar mensajes, escribir correos; escribimos mucho más en un mes, que nuestros ancestros en toda su vida. No porque haya perdido la solemnidad, lo sagrado, quiere decir que ha perdido el valor. Al contrario. Se ha hecho algo cercano, para todos.

Punto aparte. Esta es mi entrada número 101.

Suena muy bonito. Ahora, si pensamos que empecé a escribir hace casi cuatro años, hace que el promedio de entradas sea algo patético. Pero no pensemos en eso.

Otra teoría: el cine.

Sí, quejas por todos lados, que hasta cuando con tanto remake, porqué tanta trilogía. Soy muy aficionado a las series. Veo varias. Y me doy cuenta que la calidad de las series; la actuación, la dirección, sobre todo las historias, son de muy, pero muy alto nivel. Y me pregunto, ¿por qué las películas gastan millones de millones, tardan meses y meses en hacerse, y un capítulo de una serie es más satisfactorio?

Quizás por la continuidad, pensé. Series como Doctor Who, Battlestar Galactica, Lost... enganchan por la continuidad, por la complejidad de los personajes. Uno difícilmente puede hacer algo realmente complejo en dos, o tres horas, que es lo que dura una película. De ahí la necesidad de hacer trilogías. O hacer remakes, cosa que lo que se muestre en la pantalla tenga una historia previa, de preferencia, un culto. El mismo razonamiento para las películas de comics. Background, algo atrás que los respalde.

Y pienso que quizás sea porque el consumidor no tiene tanto déficit atencional como le hacen creer a uno. A lo mejor de verdad le interesan historias extensas, personajes complejos. Y de nuevo se junta esta idea un poco con la de más arriba; ya no sólo Crimen y Castigo, o La Guerra y la Paz, tienen el monopolio de complejidad y desarrollo. Ahora pueden saltar encima de mí los puristas, los literatos, quejándose de que comparo esas obras con Lost. Go ahead. Sólo comprueban mi punto. El intento desesperado de defender algo que consideraban solemne y sagrado, y el escándalo y la repugnancia de que se mezcle con algo tan vulgo y común como la televisión. O en mi caso, internet.

Es agradable tener ganas de escribir de nuevo.

Es curioso que nunca, por más que lo intente, me pueda acostar antes de la una de la mañana.