viernes, febrero 24, 2006

Hospital Día 2 (05/02/06) Domingo.

Y lloré, muchas veces. Pasando del miedo al pánico, a la sensación de abandono, de soledad, de desconsuelo. No estaba en la mejor de las compañías. Al lado, una viejita conectada a mil máquinas (murió 3 días después) y al frente, una vieja loca. Y cuando digo loca, es de verdad. La primera vez que la vi fue en urgencias. Pasó una hora y media gritando “ayuda mamá, me duele no aguanto más” una y otra vez. Sin parar. Uno pensaría que a esa edad, por el puro esfuerzo se cansaría de gritar. Pero no. Fue una hueá continua. Adivinen quien fue a parar a mi pieza. No fue una noche agradable.
Lo único que hizo soportable mi estadía en ese lugar, fueron las enfermeras. Y eso, porque mi madre me enseñó a ser educado. O sea, si una persona te lava, te pone una inyección con todo el cuidado posible para que no te duela, se preocupa por ti constantemente aunque sea ese su trabajo lo mínimo es decir gracias. Al parecer, muy poca gente piensa igual. Generalmente lo que les decían era “No ves que me duele conchetumadre”, “¿Pa´ que me despiertas pa´ pincharme conchetumadre?” y un largo etc. Una de las enfermeras decía “Mi mamá debe estar feliz, 16 camas y 10 se acuerdan de ella”. Y a pesar de ello, igual hacían su trabajo. Y como yo decía gracias, fueron muy distintas conmigo.
Antes, tenía la impresión de que en los hospitales eran los doctores los que la llevaban. Que sabían todo, y que simplemente decían “pinche aquí” o “déle tal cosa”. Ahora sé que me equivoco. Después de ver enfermeras diciéndole a los doctores que no le pueden recetar tal cosa a un paciente porque saben todos los efectos secundarios, o en momentos de crisis, saber que administrar antes que el propio doctor reaccione. Si se saben todos los remedios de memoria.
Ese día conocí a la Paola, enfermera jefe que de hecho me salvó de un ataque de tos que casi me asfixia. Y a Jacqueline (no se ni escribir su apellido), una mina con cara de modelo y modales cuicos quien vi llenarse de mierda hasta los codos (literalmente) limpiando a un indigente curao que acababa de llegar de urgencias. Y cuando digo limpiar, me refiero por todos lados. Ella también me saco de otro ataque, y tuve la oportunidad de conocer 0,3 ml. de Morfina. Gracioso, pero ni tanto.
Esa noche lo pase mal. Miedo, horas interminables, sin ver a casi nadie y sin atreverme a preguntar si podría recibir visitas. Cuando apareció una enfermera ofreciendo algo de comer, le pregunté la hora pensando que serían casi cerca de las 15.00 hrs. Eran las 10:00 AM. Pero al menos, supe que las visitas llegaban a la una y media.
Aunque no pude parar de llorar durante toda la media hora de visita, me hizo bien. Me dieron fuerza. Porque el resto de las 23 horas y media son muy solitarias, y los 30 min. de visitas son muy, muy cortos.

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