miércoles, febrero 20, 2008

First Life

Ya desde que era un niño, no me gustaba el mundo.

De una forma u otra, me parecía que el mundo era algo extraño, sucio y amenazador. No encontraba belleza ni en los paisajes, ni en las calles, ni donde se me decía que tenía que ver lo bonito. Y a medida que fue creciendo, las cosas no mejoraron. No lograba disfrutar estar vivo.
Quizás fue por eso que, entrando a la adolescencia, me fascinó tanto la idea del suicidio. Obviamente otros factores influían, como mis bajas notas, baja autoestima, y ser emocionalmente abusado en el colegio, pero de todos modos eso no es algo tan fuera de lo común. Lo que no deja de ser lamentable.

Mi padre, un escéptico convencido, compraba todos los meses el Muy Interesante. Y se enorgullecía mucho de que yo, teniendo unos siete u ocho años, lo leyese también. En lo que quizás no se fijó fue en qué cosas leía. Mientras a él le interesaban los artículos puramente científicos, yo alucinaba con aquellos que, encasillados como "Anomalías", hablaban del origen de la leyenda del hombre lobo, de vampiros, de Ovnis, sobre la colonización espacial, robots, astronaves y todo lo que implicase soñar, alejarse de lo mundano y mirar el horizonte.

Después vinieron los libros de Tolkien, y Asimov, Star Wars, Robocop, y hasta ahora no he parado con esas cosas.

No recuerdo exactamente cuando sucedió, aunque sé que fue cuando tenía entre 16 o 17 años. Las cosas no habían cambiado demasiado para mí; seguía siendo el raro del colegio pero ya no me molestaban tanto. Seguía llevándome mal con mi familia aunque no me quedaban muchos años mas de eso. Y definitivamente me seguía yendo mal en el colegio.
Como dije antes, los recuerdos son un tanto difusos, pero involucran el haberme sentido completamente desesperado, solo y hastiado del mundo. Y literalmente, de un día para otro, todo cambió.

Desde entonces amo el reflejo de las farolas sobre las hojas verdes de los árboles. O cómo el sol al amanecer y atardecer ilumina las ramas de los árboles. No me se el nombre de ningún árbol, por cierto, pero eso carece de importancia.
Me enamoré de los viejos edificios y las casas antiguas, de caminar por las noches cuando las sombras se apoderan del mundo y las cosas irracionales nos parecen muchísimo más posibles y pareciese que sólo quedas tu sobre la faz de la tierra.
Fue un lento proceso, pero finalmente me empecé a interesar por todo. Los días ya no me parecían largos y aburridos, y hasta las cosas más mundanas me parecían fascinantes y llenas de interés.

Y luego llegó ella, por supuesto. La mujer que me enseñó a amar y ser feliz, y quien lleva haciendo todo eso en mi vida desde hace casi 9 años.

Pero tengo una teoría. No es gran cosa, pero es mía y me gusta.

Cuando uno es un pendejo, no puede ver muy bien. Es una especie de miopía mental. Uno es incapaz de relacionar las causas con los efectos, ni de entender que existe un mundo mucho más grande más allá de las salas de clases, así como eventos más importantes que la fiesta del viernes por la noche. Algunos piensan que es precisamente vivir en esa burbuja, en esa ignorancia, lo que hace que uno sea tan feliz a esa edad. Y que cuando uno se encuentra con la realidad, la vida deja de brillar poco a poco.
Yo pienso que esos son los viejos grises que a los treinta ya están pensando en jubilarse, aquellos que mueren en vida y se transforman, como dijeron los Fiskales, en esos adormilados zombies en el metro.
Cuando uno empieza a ver la vida como un sistema, empieza a comprender la extensión de cada objeto y las ramificaciones de cada acción, ahí es cuando las cosas se ponen interesantes. Cuando la brisa fresca que sopla por las noches, en los primeros y últimos días de verano se hace algo que renueva el alma, cuando cada vez que pruebas una pizza te sabe como si fuese lo mejor del mundo conocido.
Cuando uno se siente más feliz de estar viviendo, que de soñar en vivir otras cosas.

viernes, febrero 08, 2008

Más reflexiones de micro

Hace unos 8 años atrás, más o menos, empecé a trabajar por primera vez. No me sentía especialmente feliz al ver como todo el resto de mis amigos empezaba una vida universitaria, llena de nuevos conocimientos y mucha cerveza mientras yo estaba encerrado 10 horas atendiendo a gente que, en su mayoría, dejaba bastante mal parada a la especie humana. Pero seamos justos, me lo busqué.

En aquella época me interesaba escribir mucho más que ahora. Posiblemente haya sido consecuencia de mi necesidad desantendida de cultivar mi cerebro, pero siempre se me ocurrían cosas sobre las cuales escribir. Lo cual es muy diferente a escribirlas realmente, por cierto.

Por eso el otro día, mientras me bañaba en la mañana, pensaba que resultaba irónico el que en aquella época haya tenido tantas cosas sobre las cuales escribir y ningún medio donde hacerlo, y ahora que lo tenía no se me ocurrían cosas.

Camino hacia el metro, ese horrible transporte que consiste en morir sofocado y aplastado, y me pongo a pensar que quizás sea, simplemente, que me he vuelto más tonto con los años y haya olvidado lo que era pensar sobre cosas, reflexionar sobre las grandes incógnitas de la vida y todo lo demás. Eso era algo que me daba muchísimo miedo, por cierto, en aquella época. Pensaba que si eso me sucedía me volvería gris y siniestro, como los malos de Momo. Sin embargo, ninguna de las dos cosas fueron como las pensé.

El asunto es que, y aún recordando mi primer trabajo, cuando uno se mete en una pega como la de vendedor de libros, o cajero, o comida rápida, o similares, uno aprende rápidamente que uno de los grandes secretos para subsistir es precisamente no pensar. No sólo porque si uno se pone a pensar y analizar su situación tiende a deprimirse y sentir ganas de matar a todos los que te rodean por lo charcha y gris que es el trabajo de ese tipo, sino porque los jefes que tiene uno en esos trabajos suelen ser unas mierdas humanas que empezaron en ese trabajo y 10 años después siguieron haciendo lo mismo, jamás tuvieron la fuerza como para buscar otra cosa y la verdad, conociendo esa pega, uno no se sorprende que después de tener que tragar tanta mierda lo único que sepan hacer es vomitar esa mierda, lamentablemente, hacia sus subordinados.
Claro que hay un par de excepciones, gente que es feliz haciendo ese trabajo, como mi amigo Mario, y que por lo tanto están donde quieren estar en la vida, y ayudan a los demás a sobrellevar las cosas como lo hizo conmigo, de hecho. Pero no son muchos.

En fin, mi linea de pensamiento fue: nada que escribir -> olvidé pensar sobre cosas -> la necesidad de trabajar me atrofió el cerebro

Pero claro, uno trabaja porque necesita satisfacer las necesidades básicas de la vida. Como tener donde dormir, comer, vestirse, etc. Yo siempre tuve esas cosas, pero de todas maneras tuve que trabajar porque no se trataba de quedarse de vago toda la vida. Pero cuando uno está preocupado por satisfacer esas necesidades básicas, cuando uno no nada en la abundancia, tiende a olvidar las grandes preguntas filosóficas como ¿de dónde venimos, quiénes somos y adónde vamos? y reemplazarlas por otras más pragmáticas, del tipo ¿cómo voy a terminar el mes? y ¿qué voy a comer hoy?.

Y seguí preguntándome, cuando entonces ya había salido al fin del metro y estaba tomando micro con la refrescante brisa matutina de la última semana, ¿es necesario todo ese circo? ¿de qué sirve enredarse con preguntas que no van a tener respuestas certeras? ¿es necesario pensar tanto?
Si bien es cierto que la profundización en ciertos temas lleva a un refinamiento al respecto, a una especie de tecnicismo conceptual que resulta sumamente útil a la hora de hacer cosas, y que por otro lado menos práctico el interesarse por preguntas existencialistas ha llevado a mucha gente a hacer maravillosas novelas y películas las cuales a través de metáforas intentan explicar la vida, eso se resume a entretenimiento. En el sentido de que valor práctico, así como "esto te va a dar de comer y donde vivir", no tiene. Menos para el autor, claro.
Oséase, por una lado el pensar mucho nos ha traído las ciencias, y por otro, el entretenimiento. Pero, ¿de qué sirve todo eso a las personas que simplemente van pasando por ahí, aquellos que no son parte del cuerpo científico y no producen arte? Sólo están ahí para consumir los productos de ambos bandos, después de todo. Y sin embargo, nos seguimos sumiendo en una existencia llena de dudas y questionamientos internos, no podemos parar de preguntarnos "¿por qué" aunque no tengamos forma de conocer la verdad y, aunque la tengamos, no sabríamos que hacer con ella.
Y entonces, y esto fue cuando la micro iba doblando por el estadio italiano (por ende, el sueño y el hambre me estaban afectando y posiblemente ya no pensaba con demasiada claridad) me puse a pensar ¿Y si todo esto es parte de un gigantesco plan malévolo? ¿Y si a los malos les conviene que nos pasemos la vida inquietos, muchas veces angustiados, con preguntas existencialistas o debates sin sentido respecto a la ciencia y el arte, y así nos alejan del mundo real, físico e inmediato, y de esta forma ellos pueden hacer lo que quieran con él sin que nos demos cuenta?

Fue entonces, cuando me sorprendí a mi mismo y me dije "mírate, ya estás pensando de nuevo, idiota".

Damn.