martes, mayo 13, 2008

El Alcaudón

O El Señor del Dolor, de la novela Hyperión, de Dan Simons, es un personaje que me pareció quizás no tan fascinante, pero si me hizo reflexionar sobre algo.

Por lo que he leído (aún no termino el libro, pero lo haré) el Alcaudón es adorado como un dios, y se dice que se comunica con los demás a través de la muerte y el dolor, cosa que en un principio me pareció bizarro, y un tanto idiota también. Eso es porque, al no ser cristiano, no me parece que tenga mucho sentido eso de adorar algo que produce dolor. Sin embargo, y en medio de la amigdalitis que me mantuvo alejado del pensamiento narrativo y por lo tanto, del blog, le encontré algo de sentido a todo eso.

Parte de la culpa, la tiene mi fiebre. Por razones que me encantaría que me fuesen explicadas por alguna autoridad competente en la materia, cada vez que tengo fiebre paso de los saludables 36° o 37° que tiene todo el mundo hasta los 41° o 42°. Una vez alcancé los 45°. A niveles tan altos, me dan alucinaciones y no me acuerdo de nada al día siguiente, pero a niveles más comunes (ya ni las mido, pero a ojo el martes de la semana pasada estuve en unos 41°) simplemente tengo pesadillas. Y estas, a diferencia de las normales en las que uno se despierta con un poco de angustia, me significan horas y horas de tormento surrealista, algo así como Cronenberg en ácido con una pizca de Peter Jackson y Jerry Bruckheimer.

Esta vez, y porque eso estaba leyendo hasta que no pude encontrar sentido a las palabras que veía, en la pesadilla se coló el Alcaudón. Y comprendí eso de comunicarse a través del dolor.

Varias de las ideas que he tenido para mis cuentos han venido de sueños. Por eso duermo con mi cuaderno al lado. Y algunas de esas ideas se han originado también durante las pesadillas de fiebre, generalmente aquellas muy gráficas y vívidas, más que conceptuales. Esta vez no fue una excepción, aunque la idea no es la que estoy explicando aquí, sino una que tuvo que ver con el cielo y el infierno, y su construcción.

La idea que tuve esta vez tuvo que ver con eso de comunicar cosas a través del dolor.

Soy un viejo achacoso. Y siempre lo he sido, incluso antes de la trombosis y la embolia pulmonar y todo el jaleo. Nací prematuro, pesando un kilo y medio y con el intestino obstruido, me hicieron una operación nada más nacer. Desde que tengo memoria que sufro de insomnio, siendo niño tuve pulmonía. Al comenzar la pubertad empecé con problemas en las rodillas (básicamente se me deshizo el cartílago entre huesos, algo doloroso y sin cura). A medida que me hice más viejo, el dolor de huesos se fue extendiendo. Ahora tengo un cuarto de pulmón menos, cuatro de las seis vías que conectan los pulmones casi sin funcionar, muchos días me duele toda la ruta exploradora que hizo el trombo desde el tobillo hasta el pulmón, además de los comunes dolores de espalda y de estómago propios de cualquier persona con estrés. Ah, y las recientes tres o cuatro amigdalitis anuales que empezaron hace poco también.

Sin embargo, y aunque suene cliché, el dolor y la cercanía a la muerte me hizo apreciar más la vida. No es que no la apreciara antes y fuese por la vida despreocupadamente (nunca tan estereotipo) pero ciertamente, los momentos en los que no me duele nada, ahora los aprecio conscientemente.

Y luego está todo eso de "adorar a un ser superior que se comunica a través del dolor". Ni idea de qué comunicará el Alcaudón en la novela, pero en mi cabeza, imagino que será algún tipo de conocimiento oculto, velado hacia los demás, excepto aquellos dispuestos a soportar el dolor para averiguarlo. Ahora que lo pienso, esto tiene tintes Nietzschanos por todos lados, pero en fin.

La idea es que, cuando algo me duele, y con la intensidad que me duelen las cosas (¿mencioné antes que mi umbral de dolor es bajísimo? en otras palabras, siento más fuerte el dolor que otra gente, comprobado científicamente), ya no me significa algo que soportar y aceptar. Ahora, es algo que experimento y de lo que busco conocimiento, algún tipo de iluminación, o quizás una nueva perspectiva de las cosas.

Lo cual no significa que me haya transformado en masoquista, por supuesto (siempre seré el sádico, no el maso) sino que, simplemente, ahora veo el dolor de otra forma. Lo cual, haciendo la analogía correspondiente y lógica, tiene muchísimo sentido. Porque la vida, desde donde se vea y se viva, es en su mayoría, dolor. Y todo el aprendizaje, toda la trascendencia, viene de esos momentos.

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