jueves, marzo 22, 2007

Últimamente sólo recuerdo que estoy enfermo cuando tengo control médico. Los cuales han salido bastante bien hasta hora, dicho sea de paso. No es nada divertido tener una enfermedad. Es, de hecho, todo lo contrario a divertido…

En una de esas contradicciones profundas que tanto me caracterizan, nunca me ha gustado llamar la atención (la contradicción es que me fascina ser diferente, pero al mismo tiempo odiaría serlo solo porque sí) y cuando uno tiene una enfermedad como la mía, con tantas limitantes a la vida diaria, se hace difícil no llamar la atención. Eso, me molesta profundamente. No hay nada peor que inspirar lástima.

Hace ya más de un año que me enfermé, y como dije al principio apenas soy conciente de ello. Me he adaptado. Si bien es cierto que no pasa una semana sin que ansíe un cigarro, o un trago de ron, suelo desechar el deseo sin mayores aspavientos. Lo cual me lleva a otra contradicción intelectual; la del hecho que la adaptación es la clave de la evolución, y que por el contrario las personas que se rehúsan a adaptarse son quienes han hecho grandes cambios.

Durante muchos años, cuando era adolescente, me fascinó la idea del sufrimiento no desde el punto de vista de la autocompasión, sino que desde el punto de vista nietzscheano de aprender y evolucionar por el dolor. Es por eso que me he preguntado, tantas veces, si acaso no me he rendido. Si el hecho de aceptar mi enfermedad, y aceptar también el cliché de que la vida es demasiado corta como para malgastarla, me hayan llevado a ser un consumista hedonista en lugar de un estoico nietzscheano. Ese tipo de cosas, en realidad, me importan muchísimo. O importaban, al menos. Aún no lo tengo muy claro.

Lo cierto es que estando en una camilla de hospital público, tosiendo más aire del que podía respirar, y sintiendo como me perforaban inútilmente el pulmón no una sino que dos veces, me di cuenta que la vida no debía malgastarse. Eso no me llevó a correr desaforadamente a tirarme en paracaídas ni hacerme tatuajes (dos cosas que ya me es imposible hacer, por cierto, y que son nombradas en forma metafórica) pero si a entender que era un tanto imbécil de mi parte ponerme a hacer planes de “cosas que haré en el futuro” teniendo en cuenta que las podía hacer perfectamente en el presente.

Entre ellos, el dedicarme más a la escritura. Pero en ese caso en particular, me sucede que aún no siento que valga demasiado la pena.

Recapitulando; cuando me enfrento al clásico dilema de Hamlet de resistir los embates del destino y caer muerto, o descansar en la displaciencia (o algo así) me doy cuenta que aún no tengo una respuesta demasiado clara.

O sea, que pese a los años, hay ciertas preguntas que no se resuelven aún.

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