domingo, junio 04, 2006

Hace una semana, más o menos, fui por primera vez en meses al Alto las Condes, al lugar donde trabajé por casi dos años. Y una semana antes de eso, estuve en la Feria Chilena del Libro de Huérfanos, donde también trabajé por cerca de dos años.

Fue extraño estar ahí, en ambas ocasiones.

Aún recuerdo el día que dejé de trabajar en la librería. Ese fue mi primer trabajo real y serio, con pago de cotizaciones y contrato y toda la movida. Cuando me fui, era porque iba a entrar a estudiar psicología a la universidad. Aquella tarde, me hicieron ir al notario a firmar la carta de despido (usando toda la manipulación que aprendí allí, conseguí que me echaran sin que supieran que de no hacerlo, igual me iba a ir en una semana mas) y después me senté en Estado, casi al llegar a Alameda. Me sentía libre, después de dos años de prisión laboral; no tanto por las horas de encierro en la tienda sino por la calidad del trabajo, y especialmente de los jefes. Entonces encendí un cigarro, saqué una hoja y me puse a describir todo lo que sentía en ese instante. Recuerdo claramente que aún quedaba luz del sol, pero poca, y hacía muchísimo viento.

Yo me sentía feliz. Suponía que después de eso estudiaría, me iría bien, terminaría la carrera y nunca más tendría que trabajar como vendedor. Me equivoqué en todos y cada uno de esos puntos.

De hecho, un año después estaba sin estudios, y trabajando en el verano precisamente en esa librería de Estado.

Cuando dejé de trabajar en Microplay, mi segundo trabajo importante, para ponerme a estudiar, no sentí ningún tipo de alivio. Más que nada porque sabía que tenía que seguir trabajando para estudiar, y afortunadamente pude hacerlo en la misma empresa; dijo afortunadamente porque eso me evitó tener que aprender todo el funcionamiento de otra empresa, y porque ya que estudiaba algo relacionado con informática iba a estar en contacto con accesorios de pc y todo eso. Y realmente, fue una suerte. Aprendí mucho más de hardware trabajando en Microplay, que en clases.

El último día de clases en mi instituto, después de 2 años, consistió en dar el último examen a eso de la 1 de la tarde para estar en el Alto las Condes a las 3, trabajando en las ventas de navidad, y saliendo del trabajo a las 11 de la noche. La semana siguiente empecé a salir a las 12, y pese a los turnos varias veces tuve que trabajar casi 12 horas. Por lo tanto mi último día de trabajo ahí fue el 24 de diciembre. El mall cerraba a las 8 de la tarde ese día. Yo llegué a las 10, y aproximadamente desde esa hora hasta el cierre, me quedé sentado en las cajas del fondo. Me dolían tanto los pies que apenas podía caminar, tenía sueño atrasado de meses, e intensificado aún más por el trabajo de las últimas semanas, y había atendido a tanta gente en esos días que lo único que quería hacer era ponerme en el pasillo y disparar a discreción con un bazooka. Aún así vendí más que todos los otros vendedores ese día. Para aquel entonces, ya hacía mucho tiempo que me había transformado en un vendedor de verdad, de esos de oficio.

Después vino el verano, y después me enfermé. Planeo hablar de ello pronto, pues últimamente he pensado muchísimo en lo que significa estar enfermo.

Pero ahora concluiré. Escribo todo esto porque mañana tengo una entrevista para una práctica de trabajo. No estoy muy emocionado primero porque es una práctica, no un trabajo, y segundo porque es en un laboratorio químico. O sea, promete ser más fome que las rechuchas. Pero en fin, es una práctica, y yo necesito hacer una.

Y todo este tiempo; desde que visité mis antiguos lugares de trabajo hasta ahora, me he preguntado si acaso esta es la transición. Si acaso ahora empiezo a hacer la práctica, después sigo trabajando (o encuentro trabajo en otro lado) y listo, empiezo mi nueva vida. O si por el contrario, como la vez anterior, tendré que dar un paso atrás, volver a trabajar vendiendo algo, antes de poder empezar una nueva etapa en mi vida. El asunto me pone bastante nervioso y me da algo de susto, debo confesar. Después de todo si algo vi. en mis años de trabajo fue a un montón de gente “esperando” a que la vida les cambiase, y mientras trabajaban en el mall. Y los vi en ese estado durante años, sin que realmente llegase el cambio. Eso me asusta también; que mi vida sea también así.

Pero en fin, tengo que dejar que las cosas pasen. Esperar que me vaya bien en la próxima entrevista de práctica, o en la siguiente, y salir de eso. Y después esperar a encontrar trabajo de una vez por todas, y que me vaya bien en eso también.

Tengo muchas, muchas ganas de que todo eso suceda.

1 comentario:

Liliana Ochoa dijo...

suerte!
así es la vida laboral, inestable. Y uno quisera encontrar su camino lo antes posible, pero no es tan fácil. Parece que hay que pasar por varios pasos antes de lograr algo sólido. Antes de transformarse en una persona sólida.
Sería interesante que escribas sobre estar enfermo. yo tb he estado enferma y es un estado extraño.
saludos! (primera vez que te visito)