Hoy voy a quejarme. Así que si ud., mi querido lector, no tiene ganas de leer cosas tristes, cierre esta página ahora.
En realidad durante gran parte de la mañana anduve triste, pero después se me pasó. Hasta eso de las seis de la tarde. Cuando, caminando por la calle, vi a toda esa gente saliendo del trabajo, con esas simpáticas cajitas dieciocheras como las que dan por navidad, felices de saber que al día siguiente trabajarían hasta las dos, comerían un asadito o unas empanadas, y que si eso era poco, tenían tres días más para hacer lo mismo.
No tengo ningún problema con ver a la gente feliz. Pero si hay algo que enristece el alma, es ver la fiesta ajena.
No hablo solamente de la celebración del 18. No es que no me importe, por supuesto. Nadie en su sano juicio desperdicia un buen asado, ya que si bien es cierto que eso de la independencia le importa un carajo a la mayor parte del país, no sucede lo mismo con una buena parrillada. O unas empanaditas.
Estos dos últimos años han sido difíciles. Nadie dijo que trabajar y estudiar fuese fácil. Pero la verdad, no pensé que me iba a costar tanto. O sea, en realidad no es tan difícil; lo complicado viene cuando uno intenta hacer bien las dos cosas, durante los dos años. Y creo que he estado cerca de conseguirlo. Pero cuando ando achacado, me suele asaltar la vieja pregutna: ¿Para qué tomarse tantas molestias? Bueno, por un fin bastante simple, pero que me parece lo más importante en mi vida. Para tener una.
Mucha gente que he conocido se queja de una vida rutinaria. De tener un trabajo de 08:00 a 19:00, de tener que trabajar de lunes a viernes. Y aquí estoy yo, pelándome el trasero por conseguir algo así. Hoy leía en una entrevista sobre el desarrollo del país. Que apuntaba a una prosperidad fome, es decir, a ir creciendo de forma constante pero lenta. Yo estoy muy a favor de ese tipo de rutinas. Es más, opino que la aventura y el riesgo están sobrevalorados. De forma excesiva.
Y es, básicamente, por lo que Hollywood nos ha enseñado durante años. Película tras película, en una forma u otra, sin importar el género, se nos muestra que eso de lanzarse a la aventura y arriesgarse para ganarlo todo es el camino correcto a seguir. Claro, eso es muy fácil en las películas, porque siempre resulta. En la vida real, suele ser al contrario.
Yo sueño con una vida tranquila. Con poder pagar las cuentas todos los meses. Con poder tener un departamento en algún lugar desde el cual no tenga que viajar 2 horas en micro hasta mi trabajo. Con un trabajo, por lo demás. No uno que sea realmente importante, ni siquiera significativo. Simplemente, que me haga feliz. Sueño con tener una familia, sueño con poder pasar el resto de mi vida con la mujer que ahora amo. ¿Le parece fome? A mi no.
Porque al final, todas esas cosas de las que tanto hablan los psicólogos y los libros de autoayuda acerca de autocompletarse, sentirse pleno, darle sentido a su vida, fullfill your destiny y blablablabla, son cosas que uno hace por sí sólo. Y mientras tenga mis libros, mis historias, mi pc para jugar, voy a ser feliz. Ud. podrá contestar “ah, pero después vas a madurar y ya no vas a querer las mismas cosas”. Probablemente. Pero nunca dejaré de disfrutar de un buen libro, ni de una buena película.
En realidad durante gran parte de la mañana anduve triste, pero después se me pasó. Hasta eso de las seis de la tarde. Cuando, caminando por la calle, vi a toda esa gente saliendo del trabajo, con esas simpáticas cajitas dieciocheras como las que dan por navidad, felices de saber que al día siguiente trabajarían hasta las dos, comerían un asadito o unas empanadas, y que si eso era poco, tenían tres días más para hacer lo mismo.
No tengo ningún problema con ver a la gente feliz. Pero si hay algo que enristece el alma, es ver la fiesta ajena.
No hablo solamente de la celebración del 18. No es que no me importe, por supuesto. Nadie en su sano juicio desperdicia un buen asado, ya que si bien es cierto que eso de la independencia le importa un carajo a la mayor parte del país, no sucede lo mismo con una buena parrillada. O unas empanaditas.
Estos dos últimos años han sido difíciles. Nadie dijo que trabajar y estudiar fuese fácil. Pero la verdad, no pensé que me iba a costar tanto. O sea, en realidad no es tan difícil; lo complicado viene cuando uno intenta hacer bien las dos cosas, durante los dos años. Y creo que he estado cerca de conseguirlo. Pero cuando ando achacado, me suele asaltar la vieja pregutna: ¿Para qué tomarse tantas molestias? Bueno, por un fin bastante simple, pero que me parece lo más importante en mi vida. Para tener una.
Mucha gente que he conocido se queja de una vida rutinaria. De tener un trabajo de 08:00 a 19:00, de tener que trabajar de lunes a viernes. Y aquí estoy yo, pelándome el trasero por conseguir algo así. Hoy leía en una entrevista sobre el desarrollo del país. Que apuntaba a una prosperidad fome, es decir, a ir creciendo de forma constante pero lenta. Yo estoy muy a favor de ese tipo de rutinas. Es más, opino que la aventura y el riesgo están sobrevalorados. De forma excesiva.
Y es, básicamente, por lo que Hollywood nos ha enseñado durante años. Película tras película, en una forma u otra, sin importar el género, se nos muestra que eso de lanzarse a la aventura y arriesgarse para ganarlo todo es el camino correcto a seguir. Claro, eso es muy fácil en las películas, porque siempre resulta. En la vida real, suele ser al contrario.
Yo sueño con una vida tranquila. Con poder pagar las cuentas todos los meses. Con poder tener un departamento en algún lugar desde el cual no tenga que viajar 2 horas en micro hasta mi trabajo. Con un trabajo, por lo demás. No uno que sea realmente importante, ni siquiera significativo. Simplemente, que me haga feliz. Sueño con tener una familia, sueño con poder pasar el resto de mi vida con la mujer que ahora amo. ¿Le parece fome? A mi no.
Porque al final, todas esas cosas de las que tanto hablan los psicólogos y los libros de autoayuda acerca de autocompletarse, sentirse pleno, darle sentido a su vida, fullfill your destiny y blablablabla, son cosas que uno hace por sí sólo. Y mientras tenga mis libros, mis historias, mi pc para jugar, voy a ser feliz. Ud. podrá contestar “ah, pero después vas a madurar y ya no vas a querer las mismas cosas”. Probablemente. Pero nunca dejaré de disfrutar de un buen libro, ni de una buena película.
Porque en tal caso, habré dejado de ser yo, y si eso sucede, no creo que nada más de lo que tenga a mi alrededor en ese momento vaya a valer la pena.
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