Mis disculpas, queridos lectores. Sin darme cuenta, mis últimas entradas han sido teñidas por un estado de ánimo un tanto oscuro y triste. No era mi intención, pero son cosas que pasan.
No es que pretenda disculparme por sentirme así. Para nada. No tengo por qué disculparme por no sentirme el alma de la fiesta el último tiempo. Más bien pretendo pedirme perdón a mi mismo, porque no he sabido ser.
Como ya debo haber escrito antes, no me encuentro viviendo el presente.
Más bien me encuentro pensando en mi futuro, ansiando su llegada con todas mis fuerzas porque necesito un cambio de aire, algo distinto a todo esto. Y por lo mismo, me he visto en demasiadas ocasiones revolviendo en mi pasado, buscando momentos de felicidad concreta, recuerdos limpios de toda mancha de preocupación, ansiedad o malestar. Lo cual no es muy difícil, porque para eso la mente humana está dotada de un maravilloso mecanismo el cual, frente a un recuerdo, evalúa lo bueno y lo malo de él y cuando es más agradable que molesto, borra casi todo rastro del mal en él. Lo hace algo bonito, digno de ser llamado una y otra vez en los momentos difíciles. Y cuando el recuerdo tiene más cosas malas que buenas, simplemente lo ignora. Así funcionamos, y es una suerte que sea así. No todo autoengaño es malo, es algo que aprendí gracias a un gran profesor de psicología que tuve una vez.
Resumiendo, me he encontrado perdido entre la nostalgia y mis sueños futuros. Y nada de eso es suficiente para vivir bien.
Por supuesto, mi situación actual no es del todo mala. A mi lado tengo la mejor mujer que hubiese podido soñar alguna vez, y pese a todos los contratiempos, sigue pensando que lo mejor que puede hacer es estar conmigo. Las estrellas han sido extremadamente benignas hacia mí en ese aspecto. No puedo olvidar tampoco que después de varios años, mi relación con mi madre y mi hermana han llegado a un punto óptimo de convivencia. Mi madre ha dedicado estos últimos años a ayudarnos en todo lo que puede, lo que en mi opinión es mucho más de lo que la mayor parte de las madres hacen. Mi hermana sacrifica el fruto de su trabajo por nosotros dos. Y también pienso que eso es algo admirable.
Tengo un trabajo, después de todo. Pese a lo mucho que lo llegue a odiar. El recuerdo de ser un cesante, pese a que fuese algo que sucedió hace varios años atrás y no duró más de seis meses, sigue siendo tan fuerte, tan doloroso, que me hace agradecer tener un trabajo, por muy asqueroso que sea.
Pero es fácil que uno se olvide de esas cosas. Los seres humanos somos, por lo general, muy poco agradecidos.
Como le dije a un amigo hoy, cuando me preguntó cómo estaba: me puedo quejar de muchas cosas, pero hoy no tengo ganas.
Prefiero pensar en cosas bonitas. Y al detenerme un minuto para pensar sobre ellas, me doy cuenta que tengo muchas.
El olor que queda en el aire después de la lluvia.
Las nubes en el cielo, eso es algo que siempre he amado. Desde las blancas, gigantes, con pinta de algodón, hasta las aún más gigantes, oscuras y amenazantes. Es más, sobre todo estas últimas.
Los viento cálido y los días templados. Ok, quizás no tenga nada que ver con lo que ha sucedido en esta ciudad durante los últimos días, y probablemente tampoco con lo que vaya a suceder en el futuro inmediato, pero antes del diluvio si tuvimos algo de eso. Y después de todo, en los meses que vienen tendríamos que tener más.
Los brazos de mi novia, donde descansar. Donde suspirar y cerrar los ojos, porque entonces pienso que todo será mejor, todo ira hacia arriba a partir de ahora, y sólo entre sus brazos llego a creer que eso es cierto.
Hasta el más mínimo gesto de afecto que hace el gato de mi novia hacia mí. Generalmente, cuando me busca y no porque tenga algo de comer conmigo, y cuando siquiera antes de llegar a mí ya está ronroneando. Ver como duerme sobre mí, y darme cuenta de que se siente confiado y seguro junto a mí, porque entonces duerme profundamente y se empieza a estirar hasta que queda completamente estirado.
Los viajes en micros manejadas por suicidas. Sí, después de todo los disfruto, lo que me hace pensar en que aún no estoy tan viejo como para sentirme asustado por ello.
El buen cansancio después de trabajar, sabiendo que hice lo mejor que pude, y sobre todo al saber que cuando llegue a mi casa tendré una comida caliente lista, preparada con gran amor de madre.
Las buenas canciones, los buenos libros, los buenos comics, las buenas películas.
Y tantas otras cosas que ahora olvido mencionar.
Insisto, no me siento culpable por ponerme sombrío y pesimista. Sí me siento estúpido a veces, cuando me doy cuenta que en realidad, las cosas no son tan malas. Cuando olvido las buenas cosas de la vida. Y mis gran objetivo en la vida, que no es precisamente nadar en dinero, ni fundar la próxima Microsoft, ni siquiera escribir una obra maestra.
Es ser feliz. Poder pensar en cosas agradables...
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