Ha pasado poco más de un mes desde el terremoto.
Desde donde estoy escribiendo puedo ver una luna casi llena, cada vez que la miro me acuerdo de la noche del terremoto, cuando era la única fuente de luz. Toda la ciudad se veía a oscuras desde mi balcón. No sé cuanto tiempo pasará hasta que la visión de la luna llena no me produzca inquietud.
Hace unas tres semanas parecía imposible que en algún momento, las noticias fueran a hablar de otras cosas que no fueran los daños, las víctimas, los cortes de agua y luz, los saqueos y todas esas cosas que a la larga fueron mucho peor que las réplicas en sí.
Pero la vida sigue, y eso es aún más fácil de decir cuando no fuiste una víctima, sino que tan sólo un participante. Del terremoto en si, nunca me voy a olvidar, eso lo tengo claro. Pero en mi vida diaria no tengo secuelas que me lo vayan a hacer recordar constantemente, no perdí mi casa, no perdí familiares. Al día siguiente ya tenía luz y agua, en menos de una semana volvíamos a tener agua caliente y nunca me faltó comida.
Lo que si tuve durante todos esos días, y probablemente me acompañe durante muchos años más, es la culpa del sobreviviente.
A través de internet veía la tele esos días, veía no sólo los llamados de fuerza y coraje (hay por hoy cualquiera hace llamados por cualquier cosa, a los curas por ejemplo eso les parece fascinante) sino que uno veía las muestras palpables. La señora que se rehusó a saquear, otra mujer que decía que no necesitaba ayuda de nadie, que ella sola iba a levantar su casa y su negocio como siempre lo había hecho toda la vida. Uno se llena de orgullo cuando ve todas esas cosas, pero también siente que cuando hablan de que le pueblo chileno se levanta, no puedes dejar de pensar que tu en realidad nunca te caíste. Lo único difícil de todo esto se hace sentirse orgulloso de ser chileno, de pertenecer al mismo pueblo que esa gente que se cayó y se levantó de nuevo, y al mismo tiempo sentir que eres un farsante porque nada malo te sucedió a ti, y que no tienes derecho a sentirte parte de toda esa gente.
Quizás lo único que realmente nos une a todos, es el miedo.
En lo personal, nunca he tenido miedo de los temblores, y ahora puedo decir que a los terremotos tampoco. Afortunadamente soy de las personas que conservan la calma y actúan de la forma más racional posible, y de hecho me cuesta mucho entender a quienes no reaccionan igual. Después de todo, pienso yo, si tanto miedo le tienen a los terremotos es porque temen por su vida, y si temen por su vida lo lógico es actuar de forma racional para protegerte, y no salir corriendo despavorido.
Cuando empezó todo, yo estaba despierto. Eran más o menos las 3:45 de la mañana y yo recién empezaba a pestañear, secuelas normales de trabajar con turnos de noche después de todo. Así que estaba yo tranquilamente viendo Star Trek (DS9, por si a alguien le pica la curiosidad) cuando, para empezar, se corta la luz. No es algo demasiado frecuente por estos lados (o al menos, no lo era hace un mes atrás) pero tampoco era la primera vez. Por lo general, pasan unos segundos y la luz vuelve, así que después de mecánicamente apagar el enchufe (deformación profesional) me quedé sentado, tal cual estaba, pensando en si acaso la luz volvería pronto o si sería mejor idea acostarse, y esperar a que me llegase el sueño.
Entonces empezó a temblar, tímidamente.
Vivimos en un país sísmico. Que tiemble, honestamente, no es nada tan raro. Así que por los primeros 5 segundos, lo único que hice fue ponerme de pie y acercarme al marco de la puerta, que se supone que es un lugar seguro (aunque ahora que todos son expertos en sismología, hay opiniones encontradas, pero después hablaré de eso) y recuerdo haber pensado “bueno, si esto se pone más fuerte, despierto a Daniela por si acaso”. No alcancé a terminar de pensar eso cuando, rápidamente, se puso considerablemente más fuerte. Daniela se despertó inmediatamente y nos quedamos los dos, de la mano, en el marco de la puerta. Desde donde yo estaba podía ver el living y por la ventana, el resto de la ciudad que a esas alturas ya estaba toda a oscuras.
Fueron las explosiones, las que me desconcertaron. Recuerdo dos, que iluminaron todo el cielo de azul, y sonaron como truenos. Entonces una parte de mi mente se desvió durante unos pocos segundos y pensó que nos estaban invadiendo, que era un ataque aéreo. Es una idea no demasiado lógica, y de hecho tal como dije, duró uno o dos segundos, hasta que me di cuenta que si bien los bombardeos hacen que la tierra tiemble, no puede ser ni tan fuerte ni por tanto tiempo. En mi defensa, debo argumentar que para aquel entonces (ya habían pasado unos 30 segundos, calculo yo) el concepto de realidad se había ido al carajo.
Breve inciso personal: en algún punto de mi vida, entendí que la realidad no es tanto aquello que vemos y podemos palpar, sino que es más bien lo que nosotros creemos que estamos viendo y palpando, y sobre todo, aquello que esperamos ver y palmar. Bajo este concepto, el terremoto era algo absolutamente real, pero rompía todos los esquemas de lo que uno espera vivir (y por ende, rompió también la realidad) ya que para empezar, se supone que los temblores no duran tanto y que no son tan fuertes.
Cuando íbamos superando el minuto y medio de temblor, la realidad había sido sustituída por una en la que no podías caminar porque corrías riesgo de caerte, porque el suelo ya no era algo fijo. Las estanterías y la tele se movían hacia delante y atrás, como cuando uno tira una moneda al suelo y esta se queda bailando. El ruido, fuerte, violento y desconcertante no sólo de cosas cayéndose (o en mi caso, no cayéndose pero si moviéndose mucho) sino que además ese rugir espantoso y sobrenatural de la tierra misma, y mientras tanto tu mente intentando encontrarle una explicación a todos esos estímulos. Y el mundo no dejaba de temblar.
Muchas veces uno a escuchado decir “estoy contigo en un minuto” o “vuelvo en 5 minutos” e inconscientemente uno asocia eso a que es un lapso de tiempo corto. Eso es mentira. Si uno espera uno o dos minutos algo, y no hace nada para distraerse, entonces va a tener una percepción real de lo que es un minuto. El puto terremoto duró casi tres. Y el movimiento fuerte, ese que te obligaba a aferrarte al marco de una puerta para no perder el equilibrio, duro al menos 2 de esos minutos.
¿He mencionado antes que todo esto, lo viví en un piso 12? Pues eso.
Durante las horas siguientes tembló muchas más veces de lo que había vivido en toda mi vida. Esto duró días, y a un mes de todo esto todavía uno siente una réplica al día como mínimo. Sigo sin tenerles miedo, pero no puedo evitar, cada vez que ocurre una, recordar que así fue como empezó el terremoto, con un ligero temblor. A partir de ahora, y probablemente por el resto de mi vida, cada vez que sienta temblar mi primer pensamiento va a ser “¿Es esto sólo el principio?”
Pero después del terremoto vino lo peor. Y lo mejor.
Los cortes de suministro, el pánico y la destrucción, y encima los saqueos. Gente que se creyó con el derecho y la necesidad de ir a robar y saquear, básicamente porque sí. En las noticias vimos a gente diciendo que no tenían que comer y que se estaban muriendo de hambre, y esto fue a menos de 24 horas del terremoto. Uno se muere de hambre después de semanas. Y ya lo que fue aún más vergonzoso y cara dura fue la gente que salía con televisores LCD y lavadoras del supermercado. Algunos, para mayor comodidad, se los llevaron en sus automóviles último modelo. Pocas veces me he sentido tan avergonzado, no sólo de mis compatriotas sino que de la raza humana en general.
Y luego vino la recaudación de fondos, donde se fijó como meta recaudar 15 mil millones de pesos, y donde se terminó recaudando más de 45 mil. Y de ellos, más de 20 mil fueron donaciones hechas por la gente (a diferencia del resto que fueron empresas y otras instituciones). Unos cuantos malnacidos que se creen con derecho de saquear, no son nada en comparación a todo el resto del país que se mete la mano al bolsillo para ayudar.
Los saqueos, asaltos y vandalismo fueron rápidamente sofocados (aunque muchos digan que no fue lo suficientemente rápido) con la llegada de los militares. Para mi, siendo chileno y consciente de la historia de mi país, es particularmente emotivo ver como una institución que fue sinónimo de represión y miedo ahora cumple un rol tan noble y valeroso como restituir el orden y ayudar a levantar el país. Me faltan palabras para poder expresar adecuadamente lo hermoso que me parece el hecho.
El terremoto pasó, la vida sigue, pero como dije antes,( y en términos generales como he dicho siempre) me cuesta entender a la gente.
Desde el terremoto, todo el país se ha llenado de expertos en sismología. No es sólo que todo el mundo te diga qué es lo que se debe de hacer en caso de terremoto (y que en la mayoría de los detalles, estos sean contradictorios, como el ponerse o no en el umbral de una puerta) sino que además, superando toda la ciencia y tecnología disponible, te aseguran que la próxima semana venía un terremoto aún más fuerte.
Esto fue así, especialmente, uno o dos días después del terremoto en sí. Escuché gente que tenía un amigo en el ejército, o conocía a alguien que trabajaba en el gobierno o en la Onemi, y que decían como información interna que todos sabían que el terremoto era sólo el principio, y que en unos días más, la próxima semana, iba a venir uno realmente fuerte. Usted, querido lector (especialmente si es uno de los que no viven en este país) podrá ver fácilmente la cantidad de puntos ciegos que se salta una afirmación como esa. El más obvio es que si existiese la tecnología para poder predecir un terremoto (y además su magnitud, porque esta gente no anunciaba réplicas, que son algo obvio, sino que derechamente hablaban de un terremoto mucho más fuerte, grado 9 por lo menos) no estaríamos en problemas para empezar.
Claro que mucha gente, ante ese razonamiento, empieza a hablar de a) El arma secreta del ejército norteamericano, capaz de controlar el clima y producir terremotos (me reservo el comentario), b) Un informe censurado por el gobierno que hace 3 años predijo el terremoto, y c) Comparando el terremoto con el de Haití, el de 1985 o el de Valdivia (porque como todos sabemos, los terremotos son todos iguales y su comportamiento es totalmente predecible). Ah, por cierto, d) Un “mago” que predijo el terremoto, lo cual es particularmente gracioso porque desde que tengo uso de razón que todos y cada uno de los magos y brujas, cada fin de año, predicen un terremoto devastador en el norte o en el sur (si nuestro país tuviese más terreno para los lados, no sé cómo se las arreglarían para sus predicciones).
Y la gente seguía (muchos aún siguen) alimentando el miedo, absorbiéndolo y multiplicándolo con fervor, devorando no tantas noticias como si muchos rumores y especulaciones, vaciando los supermercados de alimentos no perecibles, y básicamente preparándose para el fin del mundo. Cosa que, en estricto rigor, ni siquiera logró producir el terremoto en sí.
Con el tiempo, he llegado a entender que es un mecanismo de defensa. Horrendo, poco efectivo y notablemente dañino, pero mecanismo al fin y al cabo. Quizás la gente, convenciéndose a sí misma de que viene un terremoto más fuerte, gana cierto sentido de certeza, de preparación, de que esta vez no los tomará por sorpresa, que ahora van a estar listos y no les pasará nada. Pero mientras tanto tienen los nervios para la historia, y contagian a todo el que se acerque.
Afortunadamente, a mi no,
3 comentarios:
lamento mucho todo lo sucedido en chile, lo pasado y lo presente.
cuidate.
cuidaros.
besos.
Gracias!
¡Bueno! Al menos, vuelves a pasarte por aquí...
Me tuvísteis preocupados un par de días, ¿eh? :P
Abrazos y besos a Daniela.
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