Hospital Día 3 (06/02/06) Lunes
Soy, casi por definición, extremadamente curioso. Término el cual ha sido deformado en nuestro país tras ese oscuro periodo de dictadura, donde todo se ocultaba y el querer averiguar algo podía matarte, y se le dio una connotación negativa: sapeo. Ok, díganme sapo, pero estarían demostrando su ignorancia; el sapo es el que mira y después habla (de ahí la analogía, los sapos tienen la boca grande) y no hablo, solo miro. Curiosidad. Observo, pregunto, aprendo.
Como estoy confinado a una cama, sin nada que leer (por lo menos así fue entonces) no podía hacer más que mirar,
Observe a los ancianos enfermos. Usualmente, uno los disculpa, diciendo que como son niños de nuevo, por eso dicen y hacen tanta tontera. Después de una extensa observación empírica en campo, mas detallada al respecto, llegue a otra conclusión: Quien es idiota se transforma en un viejo idiota. Quien no lo es, simplemente se hace viejo. Un poco jodido, pero viejo.
Aparte de eso, pude comprobar que durante la semana, el hospital es un hervidero de médicos. Porque el fin de semana las enfermeras se encargan de todo, pero en la semana, me examinaron al menos 7 doctores distintos. Pero lo mas entretenido fue mi primero encuentro con un interno, la doctora Catalina Castro. No piensen mal. Es absolutamente imposible que exista algo lejanamente similar a la sensualidad. El tacto con una enfermera o doctora es como el de una madre o un padre. Porque después de todo, un doctor (o insisto, enfermera) con vocación que ama lo que hace, pone toda su energía en hacer bien las cosas y sanar al paciente. Por lo tanto, lo cuida como lo más importante, y su tacto es paternal. Y se nota. Por lo menos, yo lo noto.
El caso es que la doctora interna que llevaba recién una semana en el hospital y tenia cara de no ser capaz de comprar alcohol por si sola, llego echa un atado de nervios dignamente disimulado (esa semana de practica la había pasado con pacientes leves) seriedad forzada y una parada (bastante bien conseguida) de “no soy una pendeja soy una doctora y puedo salvar vidas” ¿Cómo podía alguien no sentir cariño a una niñita así? Me reviso cerca de una hora (lo normal son 15 minutos). Con toda la concentración y dedicación que puede reunir un ser humano. Quizás por eso la recuerdo con cariño, porque me hizo sentir importante. Que se preocupaban por mí. Ella fue la primera que anotó mis molestias en la pierna, algo que después probó ser importantísimo.
La vi durante el resto del día, equivocándose, no sabiendo respuestas de doctores con más experiencia, siendo felicitada en otras ocasiones, caminar casi dormida y todas esas cosas que salen en las series de médicos y que son verdad (ahora, que ya han pasado semanas desde el día que describo aquí, la he vuelto a ver, mucho mas profesional y segura de si misma. Pero por alguna razón se me imagina un tierno peluche con estetoscopio)
Soy, casi por definición, extremadamente curioso. Término el cual ha sido deformado en nuestro país tras ese oscuro periodo de dictadura, donde todo se ocultaba y el querer averiguar algo podía matarte, y se le dio una connotación negativa: sapeo. Ok, díganme sapo, pero estarían demostrando su ignorancia; el sapo es el que mira y después habla (de ahí la analogía, los sapos tienen la boca grande) y no hablo, solo miro. Curiosidad. Observo, pregunto, aprendo.
Como estoy confinado a una cama, sin nada que leer (por lo menos así fue entonces) no podía hacer más que mirar,
Observe a los ancianos enfermos. Usualmente, uno los disculpa, diciendo que como son niños de nuevo, por eso dicen y hacen tanta tontera. Después de una extensa observación empírica en campo, mas detallada al respecto, llegue a otra conclusión: Quien es idiota se transforma en un viejo idiota. Quien no lo es, simplemente se hace viejo. Un poco jodido, pero viejo.
Aparte de eso, pude comprobar que durante la semana, el hospital es un hervidero de médicos. Porque el fin de semana las enfermeras se encargan de todo, pero en la semana, me examinaron al menos 7 doctores distintos. Pero lo mas entretenido fue mi primero encuentro con un interno, la doctora Catalina Castro. No piensen mal. Es absolutamente imposible que exista algo lejanamente similar a la sensualidad. El tacto con una enfermera o doctora es como el de una madre o un padre. Porque después de todo, un doctor (o insisto, enfermera) con vocación que ama lo que hace, pone toda su energía en hacer bien las cosas y sanar al paciente. Por lo tanto, lo cuida como lo más importante, y su tacto es paternal. Y se nota. Por lo menos, yo lo noto.
El caso es que la doctora interna que llevaba recién una semana en el hospital y tenia cara de no ser capaz de comprar alcohol por si sola, llego echa un atado de nervios dignamente disimulado (esa semana de practica la había pasado con pacientes leves) seriedad forzada y una parada (bastante bien conseguida) de “no soy una pendeja soy una doctora y puedo salvar vidas” ¿Cómo podía alguien no sentir cariño a una niñita así? Me reviso cerca de una hora (lo normal son 15 minutos). Con toda la concentración y dedicación que puede reunir un ser humano. Quizás por eso la recuerdo con cariño, porque me hizo sentir importante. Que se preocupaban por mí. Ella fue la primera que anotó mis molestias en la pierna, algo que después probó ser importantísimo.
La vi durante el resto del día, equivocándose, no sabiendo respuestas de doctores con más experiencia, siendo felicitada en otras ocasiones, caminar casi dormida y todas esas cosas que salen en las series de médicos y que son verdad (ahora, que ya han pasado semanas desde el día que describo aquí, la he vuelto a ver, mucho mas profesional y segura de si misma. Pero por alguna razón se me imagina un tierno peluche con estetoscopio)
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