viernes, diciembre 31, 2010

Nothing to say pt 2



No estaba seguro pero revisé, y ya había usado este título antes. Lo cual técnicnamente no es ninguna sorpresa por el significado en sí del asunto, pero aún así me hace gracia.

Con el tiempo, y una inevitable, constante y relativamente molesta tendencia a la introspección, me he dado cuenta de alguna de mis manías. Sé, por ejemplo, que no debo prestarme atención a mi mismo o a mi linea de pensamiento cuando no he dormido lo suficiente; suele ser igual de alegre que Radiohead Unplugged. También sé que cuando veo algún producto, generalmente con botones, caro y con puerto USB y todas mis neuronas claman por comprarlo, debo darme media vuelta, caminar lejos y pensar en ello.

Lo divertido es que hasta el día de hoy nunca me había dado cuenta de que cuando no escribo nada durante más de un par de días, mi mente se pone gruñona.

Eso no es lo mismo que yo me ponga gruñón. No me pongo a patear piedras ni dar portazos, ni le grito a nadie. Mi mente se pone gruñona. Eso se traduce en que no me dan ganas de dar vueltas por TV Tropes o Wikipedia, y almaceno películas y series en mis discos duros sin ganas de verlas.

Hasta ahora había pensado era simplemente aburrimiento, o que quizás que demasiado tiempo delante del PC me bloqueaba. Ahora me doy cuenta de la herejía que ese pensamiento implica, eso de pensar en que podría haber algo mal en eso de no pasar más de 10 minutos sin un PC delante.

No hace falta que aclare eso sí, que cuando menciono la necesidad de escribir, no estoy hablando de ideas concretas, desarrolladas y terminadas. Eso es lo que deberia hacer, pero aún no logro. Aunque, debo admitir, creo estar cada vez más cerca de ello.

Escribo pequeños párrafos. A veces incluso una página completa. Nunca más de dos. Y siempre son ideas, fragmentos, semillas de algún concepto más grande que espero, con todas mis fuerzas, saber algún dia contextualizar y desarrollar.

Son muchas las cosas que me llevan a escribir esos pequeños chispazos. El constante y caótico diálogo conmigo mismo que es lo que estoy haciendo cuando no estoy hablando ni estoy concentrado en algo, o a veces es un juego, o una serie, o película. A veces un libro. Los cientos de notas que tengo, todas parten de algo así. Incluso ahora que estoy soñando en serio, como Lovecraft siempre mencionó, he logrado que sea un sueño lo que me produzca a escribir algo.

Y hoy me pasó algo curioso; algo que nunca antes me había sucedido.

Por lo general, cuando leo algo que escribí hace algún tiempo, siento vergüenza sobre ello. Es una especie de verguenza ajena, una incomodidad, como cuando uno escucha el sonido real de su propia voz o se ve en fotos tomadas hace algunos años. Eso fue lo que me impulsó a reescribir "La Sombra en los Tejados" (bueno, eso y que realmente estaba mal escrito), y también lo que me hace a veces tan difícil revisar mis apuntes antiguos para ver qué útil puedo sacar de ello.

Esta vez, por el título de esta entrada, se me ocurrió que ya que estaba haciendo una segunda entrada con el mismo título sería decente leer la entrada anterior, por curiosidad. Lo primero que me sorprendió fue que lo escribí hace más de dos años, cuando recién estaba viviendo en la Ñoñocueva.

Lo segundo, y esto es lo más importante, fue que me gustó lo que escribí. No sólo el contenido, lo que es bueno porque significa y valida el hecho de que realmente me siento cómodo en ser como soy, algo que es muchísimo más importante de lo que suena. Pero también es el estilo en el cuál lo escribí. No quisiera adelantarme ni exagerar, pero creo estar en lo cierto al entender que puedo identificar mi propio estilo en la forma en cómo escribo.

¿Por qué esto es tan importante para mí?

Porque tenía unos 11 años la primera vez que escribí algo, y mi madre dijo que escribía bien. No fue hasta los 15 que volví a escribir, y los amigos que tenía en esa época me dijeron que escribía bien. Alrededor de los 18 años la mujer de mi vida leyó todas las cosas que sentía por ella y que puse por escrito porque era muy torpe como para verbalizar las palabras adecuadas, y ella también me dijo que escribía bien.

Sin embargo no ha sido hasta ahora, a los 30 años, el último día del 2010, donde yo leo algo y me digo, a mi mismo, que escribo bien.

Me pregunto qué consecuencias puede traer esto...

P.D.: La vista desde el balcón, 2 años y un terremoto después.

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