La gente no madura, no envejece. Simplemente se vuelve aburrida, quejumbrosa y amargada, y se apagan.
O al menos en eso pensaba el fin de semana ante pasado, cuando me junté de nuevo con mis amigos del colegio, a 10 años de haber salido de él, y nos pusimos a tomar como cosacos.
Quizás no haya sido completamente riguroso con la semántica, pero básicamente la idea que me dejó todo ello fue que no existe tal cosa como la madurez, sólo está el volverse gris. Como los malos de Momo.
La responsabilidad, el hacerse responsable de tu vida y de tus actos, nada tiene que ver con madurar. Uno puede seguir haciendo cosas increíblemente inmaduras y tomar responsabilidad al respecto.
La gente crece pero sigue igual, siguen siendo niños asustados e indecisos, que no se conocen a sí mismos y menos aún son capaces de aprehender lo que existe allá afuera. Algunos siguen necesitando padres desesperadamente y buscan a Dios.
Otros, asustados, trabajan y se toman este mundo muy en serio, para no tener que pensar. Y hablan de política y de dinero.
La mayor parte, aterrados ante la idea de que no hay nadie quien te diga qué hacer, se refugian en grupos sociales y religiones que los restringen, que les dicen qué es bueno y qué es malo, y qué no pueden hacer. Les da lo mismo que eso vaya en contra de ellos mismos, son demasiado cobardes para hacer sus propias reglas.
Porque uno puede hacerlo, sin caer en el mal. No es la forma más fácil y cómoda de vivir, pero no es imposible.
Sin necesariamente estar dándomelas de ser superior ni nada parecido, después de ver a mis amigos, me dio la impresión de que al menos nosotros lo estamos consiguiendo.
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