Los fines de año aún me producen una sensación extraña. Ya llevo dos años alejado del horrible trance de ser vendedor durante la navidad, y uno pensaría que ya debería haberlo superado y olvidado, pero no. Aún recuerdo la sensación, esa urgencia contagiada de toda la gente ansiosa por comprar cosas, las masas psicóticas atiborrando los pasillos y todo eso. Y aunque ya no lo viva, sé que está ahí.
Se supone que el fin de año en realidad no es nada especial. Me explico; uno tiene el día y la noche. Por lo tanto, por mucho que uno diga "el tiempo es una concepción humana para medir su existencia" uno no puede negar que cada cierto rato hay sol, y cada cierto rato no. Tampoco uno puede negar que la tierra da una órbita completa alrededor del sol y que a eso lo llamamos un año. Pero aún así no se tarta de medidas lógicas o verdades absolutas; después de todo la existencia de los años bisiestos es una prueba de la imperfección del sistema de medida.
Sin embargo, cada fin de año percibo esa sensación de que se acerca el fin de algo. Quizás simplemente se trate de la fuerza generada por millones de personas pensando lo mismo, pero está ahí, esa sensación de finalidad, de cambio, de muerte y renacimiento, como si se tratase de algo que va más allá de nosotros mismos, algo que, a falta de encontrar otra palabra, tiene un sentido cósmico.
Y ese fin de ciclo, esa muerte, no me atrae porque haga un balance de lo que haya hecho y conseguido durante el año, y en lo que haya fallado. Nunca hago ese tipo de cosas, no sólo porque crea que es algo inútil sino porque no tengo tan buena memoria; ni siquiera me acuerdo de mi estado emocional de hace un año. Cuando era un adolescente, sentía esa necesidad de hacer algo trascendente, algo de importancia, algo por lo cual ser reconocido y admirado por mis pares. Desde entonces, la vida se encargó de recordarme que era nada más que un simple y ordinario mortal, no demasiado inteligente y mucho menos especial de lo que me creía por aquel entonces. Tampoco se trata de que ahora me conforme con estar vivo y respirar, pero me tomo las cosas con más calma. Debe de ser porque, en algún momento, me di cuenta de que prefería ser feliz, a ser importante.
Y ahora, soy considerablemente feliz.
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