sábado, abril 28, 2007

El fin de una etapa...

Soy pésimo para las despedidas. No me gustan. Soy como esos niños que cuando los padres los llevan de visita a ver amigos o familiares, al irse salen corriendo al auto y no se despiden de nadie porque les da pena.
Es como ese capítulo de El Principito en el cual este domestica al zorro. Al principio no quise hacer muchos lazos cuando llegué a trabajar pues sabía que era una práctica de 3 meses, pero después esta se alargó 3 meses más, y después otra vez 3 meses más, y uno se llega acostumbrar al lugar y a las personas. Porque las ves todos los días, la mayor parte del día. Y en su gran mayoría son gente muy agradable y educada. La clase de gente la cual inspira sonreír cuando los ves por la mañana, en lugar de pasar la vista por encima.

El asunto es que ayer tomé finalmente conciencia de que me iba a ir. Que toda esa gente iba a dejar de estar en mi vida diaria, que iba a dejar de subir esas escaleras, que no me iba a sentar más en mi puesto, y que ya no estaría abajo la máquina con M&M todos los días. Es como si te sacasen un pedazo de tu vida, de repente. Bueno, no tan de repente porque esto lo sabía hace varias semanas, pero aún así el cambio es repentino.
Ante mi se abren nuevas sendas hacia el futuro. No tengo ni idea de cómo serán ni cómo resultarán, si seré feliz caminándolas, o si quiera si seguiré por las sendas de aquello que estudié. No tengo miedo, si tal vez inquietud.
Sin embargo, hoy es hoy. Y el lunes será mi último día de trabajo, y voy a echar de menos a un montón de gente, y es en eso en lo que pensé hoy cuando desperté. En el lado malo de que a uno lo domestiquen.

miércoles, abril 18, 2007

Cumpleaños n° 27

No, no voy a hablar sobre hacerse viejo. Ya me han puteado mucho sobre eso. Si alguien quiere leer respecto a eso, que se remita a lo escrito durante la primera parte del año...

Es más, no sé de qué hablar. Desde mi noveno cumpleaños que dejé de sentir gusto por ellos. Lo recuerdo claramente, quise hacer uno de esos cumpleaños gigantescos (justo elegí el año en que tuve la pieza más chica del departamento) y llevé a todos mis amigos. Que, como se imaginarán, no eran ni 20, pero si más de 1o. Mis primos también fueron, lo que para los estándares de Chile es lo más normal, pero para los españoles (y allá estaba viviendo en ese entonces) es algo rarísimo, y de ahí que las cosas no cuajaron demasiado. No recuerdo mucho detalle, pero fue terrible... la gente a quien yo más quería se odiaron entre si, no se pescaron o simplemente se despreciaron, yo sentía que debía estar un rato con cada uno y no podía, la gente se aburría... y por la rechucha, yo tenía 9 nomás... ¬¬

De ahí me taimé y ni quise tener cumpleaños con mucha más gente. Dos años después mi viejo me prohibió pedir más juguetes porque ya estaba grande, y de ahi empecé a tener cumpleaños de viejitos, básicamente. Lo cual explica el comentario de unas 4 entradas atrás respecto a que siempre fui un viejo...

No creo que sea feliz alguna vez con un cumpleaños multitudinario. Mis amistades son, en muchos casos, completamente diferentes, y pese a que obviamente ya no tienen 9 años y por lo tanto, son autónomos socialmente, no me atrevería a decir que todos son socialmente adaptables, no se si me explico XD

En fin. Tuve un feliz cumpleaños. Me llamó mucha gente, pero no todos. Lo cual no es recriminable en lo más mínimo, la mayoría de ellos con raja se acuerda de su propio cumpleaños.

En un gracioso intercambio de roles, esta vez fue mi novia la que me vino a ver después del trabajo a casa, donde sigo convaleciente.

Y me alegré de estar vivo, para recibirla, y dejar que me hiciera tan feliz como sólo ella sabe hacerlo.

martes, abril 17, 2007

Amigdalitis.

Al menos, es algo original; no recuerdo haber tenido antes por lo menos. Y de haber sido así lo recordaría, porque duele mas que la cresta. Desde el sábado por la noche (ejem, esto... madrugada mejor dicho) hasta ayer tuve un dolor de cabeza infernal casi constante. La excepción por la cual cabe el "casi" es porque a veces, era mucho peor. Es más, no creo haber tenido los ojos abiertos por más de 5 minutos en los últimos 2 días. Recién hoy, motivado por el hecho de que no me despertaron las puntadas en la frente, y porque tengo que permanecer en cama hoy y mañana por órdenes del médico, he tenido ánimo para acercar el PC a la cama.

Resumiendo, si he pasado más de dos días sin leer, ni PC, y sin ganas de comer, es porque realmente estoy enfermo.

Pero bueno. Licencia de 5 días, y después de eso mi última semana de trabajo en Minepro donde se define si me quedo (ahora aún mas improbable que antes) o no, los trámites para ver si ingreso en una empresa nueva llamada Pecera, y básicamente ver qué es lo que me depara el próximo tramo de mi vida. Porque iba a escribir el clásico "el resto de mi vida" pero eso sólo pasa en las novelas, en la vida real, tan sólo hay tramos...

martes, abril 10, 2007

Cuando era un pendejo, no había cosa que odiase más que me dijesen que "la vida no es ni blanco ni negro, sino que hay matices". Ignorando las teorías biológicas que hablan de la segregación descontrolada de hormonas, o la explicación psicológica acerca de descubir un mundo lleno de incertidubre y necesitar certezas más o menos absolutas de las cuales agarrarse, lo cierto es que durante esa época fui considerablemente fundamentalista y bastante consecuente con la mayoría de las cosas que pensaba. Y pensaba mucho.

Ahora que lo veo en perspectiva considero que fue una etapa de lo más necesaria; el fanatismo conlleva cierta disciplina y una sólida construcción de principios morales, después de todo. Y son principios a los cuales aún me suscribo, lo cual por otro lado plantea la pregunta de si acaso eso se debe a que aún no he madurado, o quizás que desde que era un adolescente ya tenía varias cosas bien claras. Pero ya responderé a esa pregunta otro día.

Hablo de esto porque he aprendido el valor de los matices. Y que de hecho, la vida no tiene absolutos; estos existen sólo en la mente humana. Las cosas en realidad no son tan simples... y eso no es necesariamente malo. El problema es cuando, ante la complejidad, uno se paraliza. O se bloquea.

Y porque he decubierto el valor de las segundas oportunidades. De los reinicios.

No sólo funcionan, sino que son lo mejor...