domingo, mayo 25, 2008

"Llegará el momento en el que tendrás que elegir entre lo correcto, y lo que es fácil"

Esta cita, como muchos ñoños ya saben, pertenece al libro "Harry Potter y el Cáliz de Fuego", y también aparece en la película. Es una frase que cada cierto tiempo me viene a la cabeza porque sencillamente me fascina. Hoy, intentaré explicar por qué.

Cuando pasé por la universidad en la carrera de psicología, el profesor de psicología general nos aconsejó fijarnos en los niños. Sostenía que en ellos, la conducta humana es más pura que en los adultos pues no está influenciada por la socialización, ni por el aprendizaje, ni por los años de tonteras que uno tiene por delante. Y que eso ayudaba a comprender el comportamiento humano en su esencia.

Los niños frecuentemente son retratados como ejemplos de pureza, inocencia y bondad. Eso no puede ser más falso. Es muy posible que aquellos que ven a los niños así, simplemente no recuerden la crueldad de la infancia, y lo que uno podía llegar a hacer por ser aceptado por los demás. Ser niño es muy difícil, pero los adultos suelen olvidarlo, pues como casi todo el mundo, a medida que envejecen van olvidando las cosas malas y sólo se quedan con lo bueno.

Hay muchas cosas que uno aprende de niño, que sufren de pocas modificaciones cuando uno crece. Generalmente no nos damos cuenta, porque por un lado el mundo nos hace creer que por el simple hecho de tener un trabajo y pagar cuentas uno ya es adulto, y por otro lado nosotros mismos nos esforzamos por creer que realmente es así. Porque no queremos volver a ser niños, aunque muchos crean que sí.

Una de las cosas que aprendemos de niños, es la lucha entre el bien y el mal. No sólo porque es algo avatárico, sino porque además tanto en películas, como en la tele (y para los niños más espabilados, en los comics y los libros) a los niños se les muestra muy claramente, con muchos estereotipos, qué es bueno y qué es malo en un esfuerzo de construir cierto sistema moral y ético desde la más tierna infancia, a costa de crecer con un montón de prejuicios como que la gente de pelo largo y vestida de negro es mala, y que el heavy metal es la música del diablo.

También se nos enseña que el dolor el malo y que el placer es bueno, lo cual ya de por sí es algo sumamente enfermo. Quise dejar claro eso en mi post anterior, pero fracasé miserablemente en el intento.

En fin, a lo que iba. Entonces, aprendemos que lo que es bueno; todo aquello que se apega a lo que hace el protagonista de lo que sea. Generalmente, implica tener una chica, ser popular, reconocido y respetado por los demás, podérselas sólo pero igual necesitar amigos, y un par de accesorios más. El mal, por otro lado, más que detallarlo se limita a ser definido por lo opuesto a lo bueno. Los malos de los dibujos animados suelen querer conquistar/destruir al mundo lo que se refleja en hacer daño a los amigos/la chica del protagonista y por eso él sale a la pelea. Esto no solamente se caga en eso de "dar mi vida por tu libertad de expresión aunque no opines lo mismo que yo" sino que además deja en una posición sumamente imbécil a los malos; ¿Para qué diablos quieren destruir el mundo, si al final igual tienen que vivir en él? ¿Qué diablos van a hacer con él después de conquistarlo, si lo único que tiene el mundo para quien se haga cargo de él son problemas que solucionar?


En mi opinión, el problema, la amenaza, no es el mal. Para empezar, ni siquiera uno puede claramente definir el mal, o estar seguro de si está en el bando de los buenos. No, el problema no es el mal, ni el bien. El problema es no hacer nada. Y eso, es el camino fácil. Y es infinitamente más dañino.

Pero es lo que hace la mayor parte del mundo. Primero, porque como por ningún lado eso entra en la categoría de "el mal" no ven el problema de seguir esa conducta. Por otro lado, aquellos héroes que hacen el bien frecuentemente están tan lejos de lo que uno es, cuesta tanto sentirse identificado con ellos, que la gente inconscientemente piensa en que mejor dejar esa tarea a otros que sí califiquen, y mejor que ellos pasen piola.

No digo que uno deba ser un héroe con capa y espada. O capa y antifaz de murciélago, si uno quiere ser más inclusivo al respecto. Tampoco hablo de hacer actos heroicos. Los actos heroicos frecuentemente no son premeditados y mucho menos percibidos como tales por las personas que los efectúan. Simplemente, ellos van y lo hacen porque sienten que es lo que uno tiene que hacer.

Y probablemente ahí está el problema. En que por lo general, la gente no se siente obligada a hacer nada. Es más, muchos sienten que los demás están obligados a comportarse de cierta forma con uno. Como si todos fuésemos hijos únicos y malcriados, pensando en que todo tiene que ser para uno, y todos tienen que estar pendientes de uno y entregar todo a uno. Sin que ese uno mueva un dedo ni por los demás, ni por si mismo.

Y ahí es donde quiero llegar. A el sí mismo. La solución a la mayoría de los problemas del mundo no consiste en grandes actos heróicos llenos de simbolismo. Eso, es lo infantil. Lo que de verdad necesita el mundo es que cada uno de nosotros deje de dejarse llevar por la marea, por el promedio; dejar de nivelar por lo bajo, y pasar a hacer algo por uno mismo. Algo por intentar ser mejor persona, por ser algo más que el día anterior.

Es más fácil escribir y hablar mal, es más fácil sacar malas notas en el colegio y ser del montón; es mucho más fácil hacer lo justo y necesario que le piden a uno y que aparece en la descripción de tu puesto de trabajo, es más fácil callarse y seguir a los demás que pensar por uno mismo. Es más fácil decir "no opino o no entiendo de política" que agarrar los diarios por las mañanas y empezar por la portada, en vez de por la sección de deportes o la de espectáculos.

Aquí recuerdo otra cita de una gran película, Se7en o Los Siete Pecados Capitales, "Es más fácil perderse en las drogas, que enfrentar la vida. Es más fácil robar lo que quieres, que ganárselo. Es más fácil pegarle a un niño que educarlo. El amor cuesta; conlleva esfuerzo y trabajo."

martes, mayo 13, 2008

El Alcaudón

O El Señor del Dolor, de la novela Hyperión, de Dan Simons, es un personaje que me pareció quizás no tan fascinante, pero si me hizo reflexionar sobre algo.

Por lo que he leído (aún no termino el libro, pero lo haré) el Alcaudón es adorado como un dios, y se dice que se comunica con los demás a través de la muerte y el dolor, cosa que en un principio me pareció bizarro, y un tanto idiota también. Eso es porque, al no ser cristiano, no me parece que tenga mucho sentido eso de adorar algo que produce dolor. Sin embargo, y en medio de la amigdalitis que me mantuvo alejado del pensamiento narrativo y por lo tanto, del blog, le encontré algo de sentido a todo eso.

Parte de la culpa, la tiene mi fiebre. Por razones que me encantaría que me fuesen explicadas por alguna autoridad competente en la materia, cada vez que tengo fiebre paso de los saludables 36° o 37° que tiene todo el mundo hasta los 41° o 42°. Una vez alcancé los 45°. A niveles tan altos, me dan alucinaciones y no me acuerdo de nada al día siguiente, pero a niveles más comunes (ya ni las mido, pero a ojo el martes de la semana pasada estuve en unos 41°) simplemente tengo pesadillas. Y estas, a diferencia de las normales en las que uno se despierta con un poco de angustia, me significan horas y horas de tormento surrealista, algo así como Cronenberg en ácido con una pizca de Peter Jackson y Jerry Bruckheimer.

Esta vez, y porque eso estaba leyendo hasta que no pude encontrar sentido a las palabras que veía, en la pesadilla se coló el Alcaudón. Y comprendí eso de comunicarse a través del dolor.

Varias de las ideas que he tenido para mis cuentos han venido de sueños. Por eso duermo con mi cuaderno al lado. Y algunas de esas ideas se han originado también durante las pesadillas de fiebre, generalmente aquellas muy gráficas y vívidas, más que conceptuales. Esta vez no fue una excepción, aunque la idea no es la que estoy explicando aquí, sino una que tuvo que ver con el cielo y el infierno, y su construcción.

La idea que tuve esta vez tuvo que ver con eso de comunicar cosas a través del dolor.

Soy un viejo achacoso. Y siempre lo he sido, incluso antes de la trombosis y la embolia pulmonar y todo el jaleo. Nací prematuro, pesando un kilo y medio y con el intestino obstruido, me hicieron una operación nada más nacer. Desde que tengo memoria que sufro de insomnio, siendo niño tuve pulmonía. Al comenzar la pubertad empecé con problemas en las rodillas (básicamente se me deshizo el cartílago entre huesos, algo doloroso y sin cura). A medida que me hice más viejo, el dolor de huesos se fue extendiendo. Ahora tengo un cuarto de pulmón menos, cuatro de las seis vías que conectan los pulmones casi sin funcionar, muchos días me duele toda la ruta exploradora que hizo el trombo desde el tobillo hasta el pulmón, además de los comunes dolores de espalda y de estómago propios de cualquier persona con estrés. Ah, y las recientes tres o cuatro amigdalitis anuales que empezaron hace poco también.

Sin embargo, y aunque suene cliché, el dolor y la cercanía a la muerte me hizo apreciar más la vida. No es que no la apreciara antes y fuese por la vida despreocupadamente (nunca tan estereotipo) pero ciertamente, los momentos en los que no me duele nada, ahora los aprecio conscientemente.

Y luego está todo eso de "adorar a un ser superior que se comunica a través del dolor". Ni idea de qué comunicará el Alcaudón en la novela, pero en mi cabeza, imagino que será algún tipo de conocimiento oculto, velado hacia los demás, excepto aquellos dispuestos a soportar el dolor para averiguarlo. Ahora que lo pienso, esto tiene tintes Nietzschanos por todos lados, pero en fin.

La idea es que, cuando algo me duele, y con la intensidad que me duelen las cosas (¿mencioné antes que mi umbral de dolor es bajísimo? en otras palabras, siento más fuerte el dolor que otra gente, comprobado científicamente), ya no me significa algo que soportar y aceptar. Ahora, es algo que experimento y de lo que busco conocimiento, algún tipo de iluminación, o quizás una nueva perspectiva de las cosas.

Lo cual no significa que me haya transformado en masoquista, por supuesto (siempre seré el sádico, no el maso) sino que, simplemente, ahora veo el dolor de otra forma. Lo cual, haciendo la analogía correspondiente y lógica, tiene muchísimo sentido. Porque la vida, desde donde se vea y se viva, es en su mayoría, dolor. Y todo el aprendizaje, toda la trascendencia, viene de esos momentos.