Son varias las cosas que definen la vida de una persona. En mi caso, por un lado están todas las pequeñas cosas que, juntas, hacen una gran, gran parte de mi vida.
Las Historias.
Leer historias. Descubrir historias. Contar historias. Imaginar historias.
Para mucha gente, todo el proceso de absorber información resulta algo superficial y banal. El conocer los modelos de naves de combate durante los años de la rebelión contra el Imperio en Star Wars, la mitología demonológica de Buffy y Angel, las sagas de los mutantes y los héroes de Marvel, las guerras de la Tierra Media de Tolkien, el mundo no tan futurista del ciberpunk de William Gibson, el sentido del humor del Mundo Disco de Prattchet, las leyendas y mitos de la Edad Media y su evolución hasta lo urbano, cuentos de fantasmas, de dimensiones paralelas, alienígenas y futuros alternativos... todo eso, para la mayor parte del mundo, es entretenimiento.
Pero para mí resulta sumamente importante.
No sólo porque es entretenido. Eso es lo obvio. Tampoco porque, en cierta medida, hace que la vida sea más interesante, menos monótona, gris y despiadada. Lo que más me atrae de todo eso, son las preguntas. Lo que nos lleva a la otra gran parte de mi vida.
Las Preguntas.
De dónde venimos, quiénes somos y a dónde vamos. A menos que uno se haga católico o de otra religión, y todas esas preguntas queden contestadas con fe, uno tiene que aprender a vivir con la comezón. El saberse insignificante en el universo, el tener un cerebro demasiado primitivo para responder esas preguntas. En ese punto, la religión lo vuelve a uno menos curioso, pierde la inquietud por saber, el espíritu de seguir adelante, el cuestionarse. Ese es uno de los grandes puntos que tengo contra la religión, le hace a uno perder una importante parte de lo que es la esencia del ser humano.
Para aquellos de nosotros que no nos adherimos a una religión, esas preguntas siguen siempre ahí. En lo personal, construyo historias que pretenden encontrar distintas y diversas explicaciones a todo eso. Ojo, pretenden, no lo consiguen.
Cada una de las historias produce un montón de preguntas, presentan una serie de paradigmas, constituyen universos enteros. Y eso me parece entretenido.
La Muerte.
Entre los ocho o nueve años, hasta los 18, pasé por una etapa bastante tormentosa y oscura de la vida. Aquello que muchos, con evidente desprecio, califican como "crisis existencialista". Que es, en otras palabras y dicho menos domingueramente, le época en la cual uno se hace todas las preguntas que menciono más arriba.
En mi caso, todo parte con el momento en el que, al igual que todos nosotros, entendemos que tendremos que morir. No inmediatamente (ojalá), pero eventualmente. Y eso está muy lejos de ser tan dramático como parece. O sea, de buenas a primeras la idea no es precisamente agradable. Porque uno le ve el lado malo al asunto, ese de morirse. Y porque el enfrentarse a tu propia mortalidad te recuerda que no eres una gran cosa en el universo, que tu vida es poco más que un instante comparado con la enormidad del cosmos, y que existen grandes posibilidades de que ni siquiera logres dejar una huella en la historia. Qué diablos, ni siquiera hay demasiadas oportunidades de que nuestra historia deje una huella en LA historia.
El proceso que le lleva a uno desde la tristeza al entender tu propia mortalidad, hasta que te paras y te das cuenta de que eso no es algo tan terrible, en mi caso tardó bastante.
El lado positivo de todo eso es que uno entiende que hay que vivir la vida, aprende a priorizar cosas, a ver qué tipo de problemas lo tienen que amargar a uno y de cuales hay que reír, resignarse o lamentar, y qué cosas puedes o no hacer al respecto.
Y en el fondo, todo se resume a que uno busca una razón por la cual vivir. Eso, sí me costó bastante.
Porque, volvamos al primer paso. El ser consciente de la propia mortalidad. Uno se preguntaba (o al menos yo lo hacía a esa edad) "¿Para qué aguantar todo esto?... el colegio, las aburridas clases, la compañía de una manga de brutos (en su mayoría, claro), el cansancio, el seguir estudiando, luego trabajar (cuando uno es niño y la única referencia de trabajar que tiene, viene de la tele y de ver cómo llega tu padre cada día a cenar, el panorama es mucho menos alentador de lo que realmente es) y hacerse un lugar en el mundo... todo para nada, para terminar siendo cenizas después de todo.
No sé si tendrá algo que ver la melancolía propia de la humanidad en general y de mi herencia genética en particular, pero ya a esa edad, me parecía mucho mas lógico simplemente morir. Ante la montaña de dolores, azares y pesares que la vida parecía ser, era mucho mejor simplemente optar por el suicidio. Menos doloroso, si uno quiere.
Eso es lo que sucede cuando uno no encuentra razones por las cuales vivir.
La Vida
Obviamente, después las encontré. Recuerdo que por aquel entonces dije... "¿Y si mejor espero un poco, para ver si las cosas mejoran?... tal vez todo sea mejor una vez que sales del colegio". Y tuve razón, claro.
Primero fue la curiosidad. El salir de ese pequeño mundo tiránico y horrible que resulta ser el colegio cuando uno es tan distinto a los demás, hace que uno empiece a ver el mundo y comprenda que es mucho más grande de lo que había pensado. Y la curiosidad de conocer todas esas cosas, lo lleva a uno a seguir adelante.
Hasta que te encuentras con que ese mundo es, sobre todo, injusto, brutal, violento y bastante cruel. Esa es la segunda estación de la vida la cual, muchos, no sobreviven.
Por aquel entonces aún no lo pasaba bien en la vida. Pero si tenía suficiente enojo como para no darme por vencido por el simple hecho que, de hacerlo, le daría la razón al mundo. Sería como "otro pobre diablo que no es capaz de seguir adelante... lo sabíamos, los de su tipo son siempre iguales". Así aprendí a seguir adelante y a salir a delante, sólo por llevar la contra.
Y seguí aguantando un montón de mierda, con la cabeza agachada pero sin dejar de caminar. Y pese a todas esas cosas, me di cuenta de que lo pasaba bien. De que pese a todas las cosas malas y terribles que tenía el mundo, y darse cuenta encima de que uno solo no tenía el poder de cambiarlo y de que, peor aún, el mundo no tiene demasiados deseos de cambiarse a sí mismo, estaban todas esas pequeñas cosas que a uno lo hacían sonreír, y pasarlo bien.
A los 28 no puedo decir que conozca el sentido de la vida. Ni mucho menos. Ni creo que lo vaya a conocer tampoco. Pero si he visto suficiente de la muerte. La he deseado, siendo muy joven. Estuve muy cerca de ella hace tan sólo un par de años. Y pienso en ella cada vez que me duele algo que no debería, cada vez que me siento raro o que me da la impresión de que mi pierna se hincha, o que me da un tirón donde no debería.
Ahora tengo razones para seguir adelante, razones para vivir. Razones que se miden no porque sepa qué hay más allá, ni porque haya encontrado las respuestas a los misterios de la vida, sino por lo contrario. Porque he caminado lo suficiente junto a la muerte, como para no desearla todavía.
Las Historias.
Leer historias. Descubrir historias. Contar historias. Imaginar historias.
Para mucha gente, todo el proceso de absorber información resulta algo superficial y banal. El conocer los modelos de naves de combate durante los años de la rebelión contra el Imperio en Star Wars, la mitología demonológica de Buffy y Angel, las sagas de los mutantes y los héroes de Marvel, las guerras de la Tierra Media de Tolkien, el mundo no tan futurista del ciberpunk de William Gibson, el sentido del humor del Mundo Disco de Prattchet, las leyendas y mitos de la Edad Media y su evolución hasta lo urbano, cuentos de fantasmas, de dimensiones paralelas, alienígenas y futuros alternativos... todo eso, para la mayor parte del mundo, es entretenimiento.
Pero para mí resulta sumamente importante.
No sólo porque es entretenido. Eso es lo obvio. Tampoco porque, en cierta medida, hace que la vida sea más interesante, menos monótona, gris y despiadada. Lo que más me atrae de todo eso, son las preguntas. Lo que nos lleva a la otra gran parte de mi vida.
Las Preguntas.
De dónde venimos, quiénes somos y a dónde vamos. A menos que uno se haga católico o de otra religión, y todas esas preguntas queden contestadas con fe, uno tiene que aprender a vivir con la comezón. El saberse insignificante en el universo, el tener un cerebro demasiado primitivo para responder esas preguntas. En ese punto, la religión lo vuelve a uno menos curioso, pierde la inquietud por saber, el espíritu de seguir adelante, el cuestionarse. Ese es uno de los grandes puntos que tengo contra la religión, le hace a uno perder una importante parte de lo que es la esencia del ser humano.
Para aquellos de nosotros que no nos adherimos a una religión, esas preguntas siguen siempre ahí. En lo personal, construyo historias que pretenden encontrar distintas y diversas explicaciones a todo eso. Ojo, pretenden, no lo consiguen.
Cada una de las historias produce un montón de preguntas, presentan una serie de paradigmas, constituyen universos enteros. Y eso me parece entretenido.
La Muerte.
Entre los ocho o nueve años, hasta los 18, pasé por una etapa bastante tormentosa y oscura de la vida. Aquello que muchos, con evidente desprecio, califican como "crisis existencialista". Que es, en otras palabras y dicho menos domingueramente, le época en la cual uno se hace todas las preguntas que menciono más arriba.
En mi caso, todo parte con el momento en el que, al igual que todos nosotros, entendemos que tendremos que morir. No inmediatamente (ojalá), pero eventualmente. Y eso está muy lejos de ser tan dramático como parece. O sea, de buenas a primeras la idea no es precisamente agradable. Porque uno le ve el lado malo al asunto, ese de morirse. Y porque el enfrentarse a tu propia mortalidad te recuerda que no eres una gran cosa en el universo, que tu vida es poco más que un instante comparado con la enormidad del cosmos, y que existen grandes posibilidades de que ni siquiera logres dejar una huella en la historia. Qué diablos, ni siquiera hay demasiadas oportunidades de que nuestra historia deje una huella en LA historia.
El proceso que le lleva a uno desde la tristeza al entender tu propia mortalidad, hasta que te paras y te das cuenta de que eso no es algo tan terrible, en mi caso tardó bastante.
El lado positivo de todo eso es que uno entiende que hay que vivir la vida, aprende a priorizar cosas, a ver qué tipo de problemas lo tienen que amargar a uno y de cuales hay que reír, resignarse o lamentar, y qué cosas puedes o no hacer al respecto.
Y en el fondo, todo se resume a que uno busca una razón por la cual vivir. Eso, sí me costó bastante.
Porque, volvamos al primer paso. El ser consciente de la propia mortalidad. Uno se preguntaba (o al menos yo lo hacía a esa edad) "¿Para qué aguantar todo esto?... el colegio, las aburridas clases, la compañía de una manga de brutos (en su mayoría, claro), el cansancio, el seguir estudiando, luego trabajar (cuando uno es niño y la única referencia de trabajar que tiene, viene de la tele y de ver cómo llega tu padre cada día a cenar, el panorama es mucho menos alentador de lo que realmente es) y hacerse un lugar en el mundo... todo para nada, para terminar siendo cenizas después de todo.
No sé si tendrá algo que ver la melancolía propia de la humanidad en general y de mi herencia genética en particular, pero ya a esa edad, me parecía mucho mas lógico simplemente morir. Ante la montaña de dolores, azares y pesares que la vida parecía ser, era mucho mejor simplemente optar por el suicidio. Menos doloroso, si uno quiere.
Eso es lo que sucede cuando uno no encuentra razones por las cuales vivir.
La Vida
Obviamente, después las encontré. Recuerdo que por aquel entonces dije... "¿Y si mejor espero un poco, para ver si las cosas mejoran?... tal vez todo sea mejor una vez que sales del colegio". Y tuve razón, claro.
Primero fue la curiosidad. El salir de ese pequeño mundo tiránico y horrible que resulta ser el colegio cuando uno es tan distinto a los demás, hace que uno empiece a ver el mundo y comprenda que es mucho más grande de lo que había pensado. Y la curiosidad de conocer todas esas cosas, lo lleva a uno a seguir adelante.
Hasta que te encuentras con que ese mundo es, sobre todo, injusto, brutal, violento y bastante cruel. Esa es la segunda estación de la vida la cual, muchos, no sobreviven.
Por aquel entonces aún no lo pasaba bien en la vida. Pero si tenía suficiente enojo como para no darme por vencido por el simple hecho que, de hacerlo, le daría la razón al mundo. Sería como "otro pobre diablo que no es capaz de seguir adelante... lo sabíamos, los de su tipo son siempre iguales". Así aprendí a seguir adelante y a salir a delante, sólo por llevar la contra.
Y seguí aguantando un montón de mierda, con la cabeza agachada pero sin dejar de caminar. Y pese a todas esas cosas, me di cuenta de que lo pasaba bien. De que pese a todas las cosas malas y terribles que tenía el mundo, y darse cuenta encima de que uno solo no tenía el poder de cambiarlo y de que, peor aún, el mundo no tiene demasiados deseos de cambiarse a sí mismo, estaban todas esas pequeñas cosas que a uno lo hacían sonreír, y pasarlo bien.
A los 28 no puedo decir que conozca el sentido de la vida. Ni mucho menos. Ni creo que lo vaya a conocer tampoco. Pero si he visto suficiente de la muerte. La he deseado, siendo muy joven. Estuve muy cerca de ella hace tan sólo un par de años. Y pienso en ella cada vez que me duele algo que no debería, cada vez que me siento raro o que me da la impresión de que mi pierna se hincha, o que me da un tirón donde no debería.
Ahora tengo razones para seguir adelante, razones para vivir. Razones que se miden no porque sepa qué hay más allá, ni porque haya encontrado las respuestas a los misterios de la vida, sino por lo contrario. Porque he caminado lo suficiente junto a la muerte, como para no desearla todavía.