martes, enero 31, 2012

Mi madre piensa en Dios

Mi mamá y yo (ahí adentro)


Mi madre es una mujer de 64 años. Terminó el colegio con dificultades, pues en aquellos años su familia sufría de diversos aprietos económicos. Se casó con mi padre, y durante años trabajó en varias cosas. Pero la mayor parte de su vida fue dueña de casa y madre de dos hijos, uno de los cuales (léase yo) dio suficientes problemas de salud y luego de comportamiendo como para que el ser madre haya sido un trabajo de tiempo completo.

Sin embargo, mi madre siempre leyó mucho. Recuerdo algo que a mucha gente le puede parecer una historia de ciencia ficción, pero les puedo jurar que es real: en mi casa a veces después de comer la tele no se prendía (nunca cenamos viendo tele para empezar) sino que mis padres se sentaban a fumar un cigarro y a leer un libro. De ahí sacamos esa costumbre mi hermana y yo.

Desde que tengo recuerdos, mi madre leía antes de dormir, leía a veces en las tardes, y leía de todo lo que caía en sus manos. A veces eran revistas de actualidad, otras veces novelas románticas, en más de una ocasión leía la revista Muy Interesante, y muchas otras novelas, desde lo policial hasta lo histórico. Hace algunos años incluso leyó algunos libros de Stephen King que le gustaron muchísimo, como "La Tienda".

En mi familia siempre se habló de todo, pero recuerdo (como supongo que es normal en un niño) haberle preguntado muchas dudas a mi madre, que siempre estuvo en casa mientras crecía. Le pregunté respecto a la vida, Dios, sobre el bien y el mal, sobre por qué pasaban las cosas. Por qué el mundo tenía que ser así. Mi madre hizo siempre todo lo posible por responderme, cosa que imagino no es fácil. En algún momento, ya siendo yo adolescente, me dijo que a veces le preocupaba que yo me preguntase tantas cosas, que le daba un poco de pena que mi alma fuese tan inquieta y al menos en esa época, aproblemada. Eso después se me pasó y ella fue más feliz por ello.

Ahora, mi madre sufre de cáncer pancreático. De esos que no tienen arreglo, y que hacen mucho daño.

Durante varios años, desde que alcancé la adultez y la tranquilidad espiritual de mi visión pragmática y atea del mundo, hemos discutido frecuentemente sobre política, historia y religión. Siempre me ha parecido increíble poder hablar de estas cosas con mi madre, quien no necesitó nunca tener una carrera universitaria para poder tratar esos temas con nadie.

Mi madre cree en Dios, pero rechaza fuertemente el Dios vengativo y cruel del antiguo testamento. Se declara Mariana (devota de la virgen) pero jamás ha sido de ir todas las semanas a la iglesia. No cree mucho en los curas, sólo en aquellos que conoció en su juventud y que al parecer eran mucho más tolerantes y abiertos que los que tenemos ahora.

Mi madre, por culpa de su cruel enfermedad, ha hablado bastante conmigo sobre la vida y la muerte en estos días. Muchas de las personas que la rodean, algunos cristianos, otros evangélicos, le dan apoyo y le mencionan con frecuencia a Dios y sus planes para ella, su sabiduría divina y que todo pasa por una razón. Que hay un mundo mejor después de la muerte y que debe sacar fuerza y consolarse en esas ideas para seguir adelante.

Mi madre no necesita nada de eso. Tampoco cree mucho en lo que le dicen, pero aprecia mucho el apoyo de la gente y la escucha pacientemente.

Eso es porque mi madre cree más en la gente, que en sus ideas. Ahora me doy cuenta de haber heredado varias de mis ideas de ella.

Mi madre no necesita creer que irá al cielo, o a otra vida mejor, o a otro plano de existencia. No le complica mayormente creer que después de la muerte no hay nada. Y eso es por una razón muy simple: ella ve el valor de su vida, de lo que ha hecho, de la gente con quien está en contacto y la relación con esas personas. No necesita aferrarse a la idea de que debe dejar un legado para que su existencia tenga sentido, o a la creencia de que su alma va a seguir adelante porque esto, nuestra vida inmediata, no pueda ser lo único que tenemos.

Ella se siente feliz y tranquila con lo que ha hecho con su vida. Con sus dos hijos, con su familia. No necesita ideas de trascendencia porque no cree que haya algo más grande que las personas que tiene a su lado.

Así que ante todo lo que le sucede, se limita a seguir adelante mientras tenga fuerzas para ello, a abrazarnos y querernos mientras pueda.

No se amarga ante el destino que le ha tocado, ni busca respuestas o justificación a lo que ha tenido que vivir. Se limita a aceptarlo, y hacer lo mejor posible con lo que le toca. Y con eso nos da fuerzas a todos los demás.

Me dice que no importa lo que vaya a pasar con ella o donde vaya a descansar en paz, me dice que siempre va a estar en mi corazón, y me va a acompañar donde quiera que la vida me lleve.

Y creo que tiene razón.

Te amo, mamá.