domingo, junio 28, 2009

The air that I breathe

Mientras escribo esto, afuera está lloviendo a cántaros. Ha llovido desde anoche aunque ahora ya no hace tanto viento. Desde donde estoy puedo ver las nubes en lo alto, otras nubes sobre la cordillera de la costa, y el perfil claro y limpio de los edificios del centro.

Esto no tiene absolutamente nada que ver con lo que voy a escribir a continuación. Es sólo que me encanta la lluvia.

Actualizar este blog, como se habrán podido dar cuenta, es algo que se me hace cuesta arriba. Lo hago aproximádamente una vez al mes, aunque como les conté hace poco por lo menos tres o cuatro veces a la semana empiezo a esbozar alguna idea de lo que escribir. Evidentemente, no paso de ahí.

Lo cual no quiere decir que haya dejado de escribir regularmente. Pese a que la evidencia de mi otro blog de cuentos pueda sugerir lo contrario.

Escribo aproximádamente todos los días. Párrafos de cuatro lineas, o a veces dos páginas, en un bloc de bocetos Artel de 16 por 21 centímetros y 100 hojas. Escribo con letra pequeña pero ordenada, por ambos lados de la hoja, pero como he arrancado una que otra por motivos extraordinarios, no van a ser 200 páginas escritas. Llevo 156, eso sí.

Resulta curioso que teniendo un medio donde escribir, no lo haya terminado aprovechando tal como pensé. Cuando era un adolescente y leía la Zona de Contacto, veía la columna de La Vida según Benito y otras más que la siguieron después, y pensaba con ligera envidia lo mucho que me gustaría tener un espacio como ese donde escribir. Creía que siempre tendría temas, claro que por aquel entonces también tenía la idea de que mi vida era lo más interesante del mundo, pero tampoco hay que avergonzarse de ello; son cosas propias de la adolescencia.

Cuando salí del colegio y tuve que ponerme a trabajar, me prometí que no dejaría de escribir. Que no me volvería gris ni acabado, que no dejaría que el mundo me atrapase. Daniela, el amor de mi vida, siempre recuerda esa época como una escena de "I Disappear", de Metallica, donde Jason Newsted intenta subir una escalera mientras un montón de tipos con traje lo empujan en dirección contraria (min 1:34)



Años después salí de ese trabajo, tuve la oportunidad de estudiar y la malgasté, y tuve que volver a trabajar. Hasta que pude estudiar de nuevo, esta vez mientras trabajaba. Adopté varias medidas para no fracasar de nuevo, una de ellas y probablemente la más importante, dejar de beber tanto. La otra fue dejar de escribir.

Recuerdo claramente estar almorzando en el que por aquella época, era el primer restaurant de mi primo. Siendo algo poco común, mientras comía me encontré con Daniel, uno de mis más queridos amigos del colegio, y se sentó con nosotros. Mientras nos poníamos al día, le comenté que estaba empezando a estudiar de nuevo, y que iba a concentrarme de verdad en ello, y que incluso dejaba de escribir por los dos años y medio que duraba la carrera, hasta conseguir titularme. Nunca he podido olvidar su cara de espanto al decir algo así, ni su gesto de desaprobación, curiosamente (sobre todo tratándose de Daniel) no completamente verbalizado.

No escribí mucho en esa época. Fui bastante medido con el alcohol y mi vida social, aunque tampoco me dediqué como poseso al estudio, descubrí algo llamado Grand Theft Auto en esa época. Sin embargo saqué la carrera.

Y como ya saben, volví a escribir. Hace cosa de un año me puse más serio e intenté, sin mucho éxito, no sólo esbozar un par de líneas sino que completar cuentos. Pero tampoco he abandonado la idea, que conste.

Escribir o no ya no es una opción para mi. Creo que nunca lo ha sido, de hecho, pero ahora soy más consciente de ello. Más allá de que pueda o no terminar las historias que se me ocurren, o darles forma y coherencia.

He tenido varios contratiempos, eso sí.

La leyenda cuenta que cuando William Gibson estaba escribiendo Neuromante, fue al cine a ver Blade Runner por primera vez. No pudo terminar de ver la película, y salió muy perturbado de la sala de cine. Todo lo que él se había imaginado en su cabeza mientras escribía la novela lo veía de repende en una pantalla de cine.

Conozco la sensación.

A los catorce años empecé a esbozar lo que aún es una compleja (más por la cantidad de material que por la calidad) historia de ciencia ficción que empezaba con el impacto de un asteroide en la tierra. Un par de años después estrenaron Armaggedon y Deep Impact.

Hace uno o dos años escribí las lineas generales de una historia en la que una joven superdotada lograba crear una forma de digitalizar sobre una inteligencia artificial, su propia mente. Luego de lograrlo, ponía esa consciencia en un robot y huía de su laboratorio. Hace unos meses vi el piloto de Cáprica, la serie nueva y spin off de Battlestar Galactica. Sin comentarios.



Hace menos de un mes se me ocurrió otra idea para un cuento corto, y para ponerle un nombre identificable y distinguir esas notas sobre las otras que tengo, usé la palabra Warehouse. Días después supe de una nueva serie de ciencia ficción que se va a estrenar en primavera (Otoño en USA). Se llama Warehouse 13.

Estos son los ejemplos que tengo más a mano, aunque recuerdo más. Ninguno de ellos me ha desanimado lo suficiente como para dejar de escribir, con la posible excepción del primero, pero no duró mucho y por otro lado, insisto, la edad influye.

No espero, tampoco creo, sino que sé que en algún momento podrán leer las historias que han estado atoradas en mi cabeza todos estos años. Y ojalá les gusten, aunque honestamente esa no sería la mejor parte.

La diversión, el placer, lo que realmente me satisface, son los momentos en los que detengo lo que sea que esté haciendo, saco ese bloc y escribo unas cuantas lineas.

That is the air that I breathe.



I will not relent no no
Never live with defeat never falter
This like the air that I breath
I will not choke on failure